Instituto Distrital de Patrimonio Cultural

Infancias y patrimonios: Memorias que vuelven, miradas que crecen en los columbarios

Infancias y patrimonios: Memorias que vuelven, miradas que crecen en los columbarios

Infancias y patrimonios: Memorias que vuelven, miradas que crecen en los columbarios

Infancias y patrimonios: Memorias que vuelven, miradas que crecen en los columbarios

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En el marco del Mes del Patrimonio 2025: Raíces que nos conectan, el programa Civinautas del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural – IDPC realizó la jornada Memorias secretas de la ciudad en los columbarios del Cementerio Central. La actividad fue el cierre de un proceso de cinco meses del colaboratorio Memorias que vuelven, miradas que crecen, diseñado para repensar cómo abordar el patrimonio cultural con niñas, niños y adolescentes, y al mismo tiempo para fortalecer la formación de formadores en la ciudad.

El colaboratorio: un espacio de formación compartida

El colaboratorio reunió a docentes, mediadores, estudiantes universitarios, bibliotecarios comunitarios y profesionales de distintas áreas que, junto al equipo de Civinautas, visitaron escenarios como el Parque Arqueológico y del Patrimonio Cultural de Usme, el Hospital San Juan de Dios, el Museo de la Ciudad Autoconstruida y el Centro de Memoria Paz y Reconciliación. Allí compartieron metodologías, experiencias y preguntas, construyendo colectivamente nuevas formas de activar el patrimonio.

Como explicó Johan Romero, mediador de Civinautas, este colaboratorio hizo parte de la línea de formación a formadores del programa y nació de una pregunta central:

 “cómo encontrarnos para pensar la formación en patrimonio cultural con niños y niñas, por qué formar en patrimonio cultural con niños y niñas”.

A lo largo de seis encuentros en distintos escenarios patrimoniales, docentes, bibliotecarios y mediadores compartieron experiencias de sus territorios y fueron tejiendo, de manera colectiva, metodologías para trabajar con infancias. De ese intercambio surgieron los ejes que guiaron la jornada en los columbarios: duelo, resignificación y oficios.

Para el docente José Alfredo Díaz Valbuena, del Colegio Miguel de Cervantes Saavedra, el trabajo con Civinautas complementa la línea de profundización en comunicación y cultura turística que desarrolla con los cursos de décimo y once. Allí, los jóvenes investigan el patrimonio de Usme y de la ciudad, pero gracias a Civinautas ese aprendizaje ha podido llegar también a los más pequeños del colegio. Los estudiantes mayores se convierten en una suerte de “vigías” que comparten con preescolar y primaria lo trabajado en clase, integrando recorridos y actividades en común. Según Díaz, este puente intergeneracional, reforzado por la presencia de arqueólogos, antropólogos y artistas que acompañan los procesos, demuestra que

 “el patrimonio más importante somos nosotros mismos y a partir de ese cuidado empezamos a generar sentido de pertenencia por lo que tenemos a nuestro alrededor” .

Los columbarios como escenario vivo

Los columbarios del Cementerio Central, construidos entre 1947 y 1956 en el llamado Cementerio de Pobres, condensan algunas de las preguntas más difíciles de Bogotá. Allí fueron enterradas personas del común, habitantes de calle, víctimas del Bogotazo de 1948 y del conflicto armado, en contraste con la monumentalidad de la elipse central, destinada a las élites y a la memoria oficial. Clausurados en el año 2000 y luego intervenidos por Beatriz González con la obra Auras Anónimas (2009), estos muros se han convertido en símbolo del derecho a la memoria y del lugar político de quienes históricamente fueron invisibilizados. Su declaratoria como Bien de Interés Cultural Distrital en 2020 reconoció precisamente esa carga: la dignidad de poblaciones marginadas y la necesidad de reintegrar este espacio a la vida urbana y a los procesos de memoria de la ciudad.

Convertirlos en un escenario pedagógico para niñas, niños y adolescentes fue, entonces, una apuesta consciente. En vez de evitar un lugar incómodo, el programa Civinautas del IDPC lo propuso como espacio de diálogo sensible en torno a la vida y la muerte, la memoria y el olvido, el pasado y el presente. Allí, a través del juego, la imaginación y la creación, los niños pudieron preguntarse qué significa dejar una huella, cómo se recuerdan a quienes fueron borrados de la historia y de qué manera es posible imaginar un futuro distinto para estos muros cargados de memoria.

Metodología y resultados

La jornada se desarrolló con una metodología que combinó el reconocimiento del lugar, la creación colectiva y la imaginación proyectada hacia el futuro. Niñas y niños recorrieron los columbarios en busca de rastros de memoria: leyeron nombres y símbolos en el Parque de la Reconciliación (antes parte del Antiguo Cementerio de Pobres), observaron imágenes de archivo para reconstruir el pasado del sitio y se preguntaron por su sentido en el presente. Desde allí pasaron a la creación: elaboraron placas conmemorativas para quienes habían quedado sin recuerdo, inventaron figuras y guardianes protectores como “Maguito”, modelaron y calcaron formas en papel y plastilina, y finalmente imaginaron cómo sería el espacio si pudieran intervenirlo desde su propia mirada.

Sus testimonios reflejan la potencia de la experiencia.

Amy contó que todo le había gustado porque sentía que el ejercicio

“nos hace volver al pasado y saber todo lo que pasó”, al tiempo que se preguntaba “por qué tienen figuras todas las tumbas”.

Para Michelle, la actividad se tradujo en juego y creación: “Hoy hicimos un recorrido, jugamos con fomi e hicimos un muñequito que se llama Maguito, como si fuera el guardián de aquí del Centro de Memoria”; también reconoció el valor de enfrentarse a fotografías de archivo y preguntarse por su significado (entrevista, 2025).

Simón, en cambio, vinculó el lugar con su propia memoria familiar: “Aquí enterraron a mi abuela. […] También me trae pensamientos porque todos los seres humanos dejamos huella”.

Entre la curiosidad histórica, la imaginación creativa y las memorias íntimas, los niños y niñas mostraron que el patrimonio no es solo un legado del pasado, sino un espacio vivo para preguntar, recordar y crear juntos.

Hacia una ciudad que aprende a recordar

Memorias secretas de la ciudad no fue únicamente un ejercicio pedagógico, fue también un gesto político y cultural, poner a las infancias en el centro de un lugar históricamente asociado a la pobreza, la violencia y el olvido. Allí donde antes se borraron nombres y vidas, las niñas y niños dejaron huellas nuevas: guardianes inventados, placas conmemorativas, preguntas sobre la vida y la muerte, memorias íntimas entrelazadas con la historia de la ciudad.

Para el IDPC, esta acción significa abrir el patrimonio a quienes pocas veces son reconocidos como sujetos de memoria: las infancias. Significa también democratizar un espacio que fue de exclusión, y hacerlo desde metodologías que escuchan y crean colectivamente.

Al resignificar los columbarios, las niñas, niños y adolescentes mostraron que el patrimonio cultural no es un objeto fijo del pasado, sino un territorio vivo que interpela el presente y proyecta futuros posibles. Bogotá aprende así a mirar de frente sus memorias difíciles, confiando en que serán también las nuevas generaciones quienes las transformen en historias compartidas de dignidad, cuidado y pertenencia.