Foto: Daniel Rodríguez, Colecciones del Museo de Bogotá
La frase “la procesión va por dentro”, un dicho popular que se escucha constantemente en las calles de Bogotá, encierra la profundidad de las emociones y las historias no contadas, ocultas en ocasiones, que marcan la vida de los habitantes de la ciudad.
Este refrán, que alude a las luchas y sentimientos guardados tras el semblante de calma, sirve como puente hacia un fenómeno cultural más amplio: las procesiones, ya sean religiosas o no, que se han convertido en catalizadores de la cultura popular en la capital colombiana.
Estos eventos, que se entrelazan con la Semana Santa en los barrios de Bogotá, desde Ciudad Bolívar hasta Monserrate, ofrecen una ventana a la identidad colectiva, las tradiciones y la resiliencia de nuestra gente.
En Semana Santa las calles de Bogotá, unas empedradas, otras polvorientas, bajo su cielo plomizo, gris oscuro, que preside los atardeceres, se despliega una tradición que, lejos de ser meramente un rito, es el latido mismo de la ciudad: las procesiones.
A través de ellas, la capital colombiana teje una narrativa compleja, donde la fe y el fervor se entrelazan con la vida cotidiana de sus habitantes, revelando capas ocultas de su identidad y memoria.
La procesión, ese acto de caminar juntos, no es únicamente un desplazamiento físico; es una travesía del alma, un diálogo silencioso entre lo terrenal y lo divino. En Bogotá, este diálogo se manifiesta con una intensidad particular, reflejando no solo la devoción religiosa, sino también la resistencia y resiliencia de su gente ante las adversidades.
Es un espejo donde se reflejan las emociones más profundas que, aunque ocultas a la vista, son compartidas por todos y todas: el anhelo, el dolor, la esperanza.
En lugares como Ciudad Bolívar, el 20 de Julio y Monserrate, las procesiones adquieren un significado aún más profundo; son actos de afirmación comunitaria, momentos en los que una parte de la ciudad, con todas sus contradicciones y desafíos, se une en un acto de reconocimiento mutuo.
Las artesanías, los ramos vendidos en las esquinas, las oraciones susurradas al viento, todo contribuye a la construcción de una experiencia colectiva que trasciende lo individual. En este escenario, las calles, las iglesias y los santuarios son puntos de referencia geográfica y cultural.
Las procesiones, personales o religiosas, en Bogotá, por tanto, son más que manifestaciones de fe; son el pulso de una ciudad que encuentra en sus calles un ancla y un horizonte. La frase “la procesión va por dentro”, resuena en la diversidad y complejidad de la ciudad, al ser un dicho, que evoca la profundidad de las emociones y las luchas ocultas detrás de la calma exterior, y que invita a reflexionar sobre cómo, a pesar de las diferencias, todas y todos los habitantes de Bogotá comparten una travesía emocional o espiritual interna.
Desde los cerros orientales hasta las llanuras del río Bogotá, esta expresión teje una red que convoca a la diversidad cultural y social, esa conexión íntima entre lo personal y lo colectivo, entre el caminar individual y comunitario.
En este contexto, el Museo de Bogotá invita a sus visitantes a conocer la memoria y la riqueza cultural de la ciudad, descubriendo las capas ocultas de nuestra historia y patrimonio, por medio de nuestra colección de fotografías y, por otra parte, la sala de exposición en la Casa Siete Balcones: el Oratorio, donde el Museo dedica un espacio para dialogar cómo desde el siglo XVI hasta los albores del siglo XX, en algunas de las casas urbanas de Santafé, se tejieron espacios de silencio y recogimiento: los oratorios. Habitaciones, dedicadas a la oración o a la celebración de la misa, que emergieron de la tradición religiosa española.
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