Instituto Distrital de Patrimonio Cultural

San Juan de Dios: el corazón que ha latido por siglos en Bogotá

San Juan de Dios: el corazón que ha latido por siglos en Bogotá

San Juan de Dios: el corazón que ha latido por siglos en Bogotá

San Juan de Dios: el corazón que ha latido por siglos en Bogotá

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Si las ciudades tuvieran memoria propia, Bogotá recordaría con orgullo y nostalgia, como se recuerdan las cosas más profundas, la historia del Hospital San Juan de Dios. No es solo un conjunto de edificios, ni un recuerdo melancólico de la vieja ciencia. Es el pulso vital de una ciudad que ha aprendido a cuidarse, a sobrevivir y a resistir. El San Juan de Dios no fue testigo de la historia: fue parte de ella.

Cuando la capital aún era apenas una promesa colonial llamada Santafé, ya se pedía un hospital. En 1539, el cabildo elevó al Rey una de sus primeras súplicas: un lugar para cuidar a los pobres. Antes que calles pavimentadas o universidades, se pedía auxilio. Porque la enfermedad no espera a que una ciudad se organice.

Fue Fray Juan de los Barrios, primer arzobispo y fundador del primer hospital, quien entendió que evangelizar también era sanar. En 1564 donó su casa para levantar el Hospital de San Pedro, embrión del que más tarde sería el Hospital San Juan de Dios. No era aún un centro médico moderno: seguía el modelo medieval de refugio espiritual, alivio del cuerpo y redención del alma. Un espacio donde los pobres encontraban cobijo, no sólo para el dolor físico, y en especial, dolor espiritual.

Cambio de sede: cuando la salud empezó a oler mal

El San Pedro, ubicado detrás de la Catedral, «comenzó a generar más preocupación que alivio» los desagües pestilentes y el hacinamiento lo convirtieron en un foco de epidemias. La ciudad, aún joven, comprendió que curar implicaba algo más que buena voluntad. En 1723 se ordenó su traslado.

Las condiciones insalubres y el riesgo sanitario hicieron evidente que Bogotá necesitaba un nuevo hospital, más amplio, ventilado y funcional.

En 1739, se inauguró la segunda sede: el Hospital de Jesús, María y José, en la calle San Miguel (actual calle 11, en la actualidad, el hospital se ubicaba entre calle 11 y 12). Fue un logro urbano, arquitectónico y sanitario. Se pasó de unas cuantas camas a más de doscientas. La orden de San Juan de Dios dirigió este nuevo centro por casi un siglo. Y fue aquí donde la historia del hospital se volvió inseparable de la historia del país.

Según investigaciones del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, durante las batallas por la Independencia… “el hospital se convirtió en retaguardia de guerra. En 1818, Fray Lorenzo Amaya denunciaba que los heridos del batallón Numancia saturaban el claustro. No había camas, ni dinero, ni manos suficientes. Pero se atendió a todos.

De hospital colonial a laboratorio del país moderno

En 1867, el radicalismo liberal fundó la Universidad Nacional y vinculó el hospital a su Escuela de Medicina. Así nació una nueva vocación: formar médicos al lado del lecho de los enfermos. A partir de 1870, la Beneficencia de Cundinamarca asumió su administración. Tres años después llegaron las Hermanas de la Caridad de la Presentación, quienes, al estilo del Hospital General de París, transformaron la asistencia con un enfoque de organización y limpieza que revolucionó la atención médica.

Desde el siglo XIX, el hospital ya no era solo un refugio para pobres y soldados: era un laboratorio social, donde se enfrentaban las crisis sanitarias de Bogotá. A él llegaban enfermos de cólera, sífilis, tuberculosis o fiebre amarilla. A veces sin diagnóstico, siempre sin recursos.

Pero la sede seguía arrastrando una contradicción insalvable: curaba enfermedades desde un lugar que las propagaba. Un informe de finales del siglo XIX advertía con crudeza que la orientación del edificio no obedecía a ninguna regla sanitaria, ni respetaba los vientos reinantes ni la exposición solar. Peor aún: los vientos del noreste y sureste arrastraban los gérmenes desde el hospital hasta la plaza principal de mercado —una callejuela apenas los separaba— exponiendo a miles de personas a contagios que nacían allí donde debía encontrarse la cura.

El San Juan llega a la Hortúa

La ciudad crecía, y el hospital debía mudarse una vez más. A comienzos del siglo XX, se destinó un terreno en el sector de la Hortúa para construir el Manicomio de Cundinamarca. Pero las circunstancias lo transformaron en otra cosa. En 1917, el terremoto que sacudió a Bogotá dejó a cientos sin refugio ni atención médica. Apenas un año después, la gripe española arrasó con la población entre 1918 y 1919. Los pabellones del manicomio se convirtieron en un hospital de emergencia, improvisado pero vital.

El terremoto que estremeció a Bogotá obligó a trasladar a los pacientes a la antigua finca de la Hortúa, donde no había ni camas ni baños. En 1918, llegó la pandemia de gripe española y el hospital improvisado volvió a llenarse. Fue un ensayo de catástrofe para lo que vendría después.

En 1926 se inauguró la tercera y actual sede del Hospital San Juan de Dios, en la carrera 10 con calle 1. Por fin en las afueras, con buena ventilación y acceso al agua de la quebrada aserrio, se cumplía una vieja recomendación: “ubicar los hospitales lejos del centro y a favor del viento”. Bogotá respiró mejor desde entonces.

San Juan de Dios ha sido refugio colonial, hospital de campaña, escuela de medicina, epicentro de pandemias, símbolo de lucha social y sanitaria. Ha cuidado a indios, mendigos, soldados, estudiantes, enfermos mentales y madres sin recursos. Es parte del cuerpo de Bogotá, tanto como sus montañas o sus iglesias.

Hoy, su memoria resurge como un patrimonio que no se puede enterrar ni olvidar. Porque si los hospitales cuentan la historia de las ciudades, este hospital la escribió con sangre, esperanza, ciencia y fe, la historia de una ciudad que hoy reconoce en el San Juan un patrimonio vivo, cargado de memoria, ciencia y dignidad.