Bogotá fue fundada en medio de dos ríos que emanan de los Cerros Orientales, al sur el San Agustín y al norte el San Francisco, que los muiscas denominaban Vicachá y traduce "resplandor de la noche". Al igual que los pueblos originarios, los colonos del siglo XVI -provenientes del “viejo mundo”- construyeron en torno al agua y a los cerros. De ambas tradiciones proviene nuestro patrimonio cultural.
El centro de la ciudad nació en aquel polígono natural trazado por los cerros y los dos ríos, que confluyen en el actual cruce de la carrera Trece con calle Sexta y siguen su curso hacia el occidente, hasta desembocar en el río Fucha, cerca de la avenida Boyacá. Los ríos y quebradas que atraviesan el centro fueron abastecedores de agua, permitieron el desagüe residual y operaron como referentes de división administrativa barrial y parroquial, estructurando los diversos lugares de encuentro que se configuraron desde la Colonia.
Desde entonces, han existido diversos mecanismos para el manejo del agua, como las acequias, las cañerías, los aljibes, los chorros, las pilas y las fuentes. Las dos últimas tuvieron bastante presencia en los principales lugares públicos de la ciudad y a lo largo de la calle Real, construida sobre un antiguo camino indígena que los españoles llamaron Camino de la Sal o de Tunja.
Este camino se convirtió en la avenida Séptima, espina dorsal de Bogotá, eje de actividades económicas, sociales y culturales, y escenario de múltiples manifestaciones ciudadanas. Su extenso recorrido concentra la vida que miles de personas activan diariamente, a través del trabajo, el estudio, la investigación, el comercio, la espiritualidad, el arte, el entretenimiento, la gastronomía, el ocio o el deporte, entre otras actividades.
La Séptima se cruza con las avenidas Jiménez y José Asunción Silva, que se construyeron sobre los ríos Vicachá y San Agustín, respectivamente, dando paso a nuevas dinámicas de expansión urbana. En 2001 el río Vicachá resurgió, y la avenida Jiménez se convirtió en un Eje Ambiental y paisajístico que volvió a conectar la ciudad con el inmenso patrimonio natural que ostentan los cerros de Bogotá, a través del agua como elemento vital.
Así como los cerros y los ríos fueron ejes de ordenamiento territorial, las plazas de mercado se convirtieron en espacios centrales a nivel local. En torno al abastecimiento de alimentos, se configuraron prácticas y lugares de intercambio productivo y cultural que han conectado lo urbano y lo rural. Durante la Colonia y buena parte de la República, los mercados se realizaban a la intemperie, en calles y plazas públicas. Con el tiempo, fueron organizados gradualmente en edificaciones cubiertas y funcionales.
La primera de ellas fue la Plaza Central de Mercado de Bogotá, también llamada Plaza de la Concepción, construida en 1848 y demolida en 1953. De forma complementaria, se construyeron otras plazas de mercado que reconfiguraron entornos vecinales, ayudaron a fortalecer tejidos sociales y dinamizaron prácticas y saberes patrimoniales locales, cohesionando barrios enteros. Este fue el caso de Las Cruces, Egipto, La Concordia, Las Nieves y La Perseverancia, barrios emblemáticos del centro de la ciudad.
El mercado que se realizaba en la Plaza Mayor desde la Colonia se mantuvo hasta 1861. Esta plaza se había consolidado como centro de la vida pública desde su construcción en los tiempos de la Conquista. Allí tuvo lugar la principal fuente de agua de la ciudad durante la época colonial e inicios del período repúblicano. En 1821 fue rebautizada como Plaza de la Constitución y en 1847 como Plaza de Bolívar, tal como la conocemos en la actualidad.
Además de centralizar el poder administrativo, religioso e intelectual de la ciudad, esta plaza ha sido el principal escenario de acontecimientos históricos, manifestaciones sociales y eventos culturales. En este sentido, la Plaza de Bolívar se ha consagrado como un lugar emblemático para el reconocimiento de diversas identidades políticas y culturales, tanto a nivel distrital como regional y nacional.
Desde aquella plaza, el damero colonial se extendió y amplió las fronteras del centro histórico en clave republicana. Esta expansión avanzó con transformaciones sociales que reconfiguraron el espacio público y dieron cabida a una amplia diversidad de sentidos y tensiones. De esta manera, el centro de Bogotá se consolidó como un núcleo urbano donde confluyen complejas dinámicas económicas, políticas y sociales que tienen lugar en edificios, pasajes, calles, plazas, mercados, parques y barrios.
Esta riqueza patrimonial comprende diversos espacios que todos y todas habitamos, haciendo del centro nuestro principal lugar de encuentro.