“En la estructura ecológica principal de la ciudad hay lugares específicos con los que la gente establece vínculos particulares. Esas chispas de conexión emocional y cultural son lo que llamamos patrimonio natural. No se trata solo de biodiversidad o conservación ambiental, sino de territorios cargados de sentido, que activan memorias, saberes y formas de habitar.”
— Camilo Escallón Herkrath.
Nombrar lo natural como parte de la cultura no es apenas un cambio de palabras. Es un giro institucional que, desde el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural — IDPC ha permitido cuestionar las fronteras tradicionales entre lo ecológico y lo patrimonial. Esta mirada no parte exclusivamente de los valores ecológicos, turísticos o paisajísticos de la naturaleza, sino de los vínculos afectivos, sociales y culturales que las comunidades tejen con ciertos lugares: cerros, ríos, huertas, árboles o caminos que forman parte de su historia viva.
En lugar de separar naturaleza y sociedad, el enfoque adoptado por el IDPC propone reconocerlos como un entramado inseparable de memorias, prácticas e identidades, en el que el patrimonio natural emerge como una categoría construida desde el arraigo, la experiencia cotidiana y la gestión territorial compartida. Se trata de una apuesta que ya ha sido incorporada en el Plan de Ordenamiento Territorial 2022–2035 como una de las cinco dimensiones reconocidas por la Estructura Integradora de Patrimonios — EiP, junto a lo cultural material e inmaterial, lo arqueológico y lo paleontológico. A su vez, se ha fortalecido a través de herramientas como el Inventario de Atractivos Naturales del Distrito.
En Bogotá, esta perspectiva ha dado lugar a nuevas formas de comprender y cuidar el territorio. No se trata solo de conservar ecosistemas ni de restaurar los bordes urbanos, sino de reconocer el valor simbólico, histórico y cultural que ciertos lugares naturales tienen para las comunidades que los habitan, los recorren, los nombran y los defienden. A eso el IDPC ha decidido llamarlo patrimonio natural.
Lo que sigue no es solo el relato de una propuesta institucional emergente. Es también la reconstrucción de una transformación conceptual: una que no parte de la biodiversidad como cifra, sino de la memoria como vínculo; una que no busca monumentos naturales, sino lugares vivos donde cultura y naturaleza se entrelazan en la experiencia cotidiana. Y una que ha exigido, desde su origen, desmontar jerarquías, cuestionar categorías y aprender a mirar el territorio con otros ojos.

Patrimonio natural: una categoría desde lo cultural
“Históricamente el patrimonio natural ha tenido una visión más desde lo grandioso, como por ejemplo una la cascada altísima o lugares espectaculares. Lo que logramos nosotros es ver que hay patrimonio natural a escala local, a escala barrial.”
— Camilo Escallón Herkrath.
Lo natural, desde esta perspectiva, no es solo lo exuberante o lo remoto. También son los cerros cotidianos, los caminos vecinales, los árboles centenarios de barrio o los humedales urbanos que conectan a las comunidades con su entorno. Desde el IDPC, el patrimonio natural se entiende como el resultado de vínculos territoriales que activan sentidos de pertenencia, memorias compartidas y prácticas culturales vivas.
El artículo Patrimonio natural en Bogotá: una categoría situada para la gestión territorial, escrito por el equipo de Patrimonio Natural del IDPC y publicado en la revista Astrágalo (n.º 31, 2025), define el patrimonio natural como:
“La integración de (1) elementos naturales que un grupo social reconoce como fundamentales para su soporte vital, arraigo e identidad local, y (2) prácticas culturales que se fundamentan materialmente en estos elementos y permiten que residentes y visitantes se conecten, se inspiren y ocupen el territorio.”
Esta definición aporta una mirada situada y relacional, que otorga a las comunidades un rol activo en la identificación, cuidado y activación del patrimonio natural. Así, la noción deja de ser una categoría técnica o una lista de bienes para convertirse en una herramienta que articula memoria, cultura y territorio. Una categoría que entiende la naturaleza como espacio vivido y compartido, cargado de historias, afectos y sentidos que merecen ser reconocidos, protegidos y transmitidos.
De Sumapaz al reconocimiento institucional
Uno de los hitos fundacionales de esta mirada fue el trabajo desarrollado en la localidad de Sumapaz entre 2020 y 2023. Allí, el IDPC acompañó procesos organizativos campesinos y promovió una reflexión conjunta sobre las formas en que las comunidades rurales nombran, defienden y transmiten su patrimonio. A partir de esta experiencia se publicó el libro Vida campesina. Procesos organizativos y patrimonio vivo en el Sumapaz, que recoge los principios organizativos del campesinado del páramo como base para una noción propia de patrimonio.
“En el Instituto, desde el 2020 se empezó a trabajar el proyecto Sumapaz, que […] es el páramo más grande […] y por lo tanto también es un espacio rural gigantesco que tiene Bogotá. Uno de los hitos es justamente el lanzamiento del libro de patrimonios vivos campesinos, que fue por donde la comunidad de Sumapaz quiso mover todo el tema de la identificación de manifestaciones y prácticas culturales.”
— Martín Bermúdez Urdaneta
Este proceso permitió consolidar una noción de patrimonio arraigada en la experiencia del campesinado, donde la vida cotidiana, el trabajo agrícola, las relaciones con el páramo y la memoria territorial son ejes centrales del reconocimiento cultural. Desde allí, el enfoque de patrimonio natural que hoy estructura el trabajo del IDPC retoma un aprendizaje fundamental: la necesidad de superar criterios patrimoniales centrados exclusivamente en el valor ecológico y avanzar hacia formas de valoración territorial construidas desde las relaciones sociales con la naturaleza.
“Los procesos organizativos campesinos de Sumapaz se ubican en el corazón del patrimonio vivo campesino sumapaceño, porque a partir de allí, de los procesos históricos y sociales, se construye una comunidad, guiada por herencias y legados familiares y comunitarios anclados a una identidad rural, campesina y agraria; pero, sobre todo, una comunidad luchadora, organizada y solidaria.”
— Vida campesina. Procesos organizativos y
patrimonio vivo en el Sumapaz (IDPC, 2023)
Esta experiencia no solo sentó las bases metodológicas para futuros procesos de identificación participativa, sino que también reafirmó el papel del IDPC como interlocutor entre el conocimiento institucional y los saberes territoriales. Desde Sumapaz, se abrió un camino para repensar el patrimonio natural como parte de una política cultural sensible a las territorialidades, al conflicto histórico por la tierra y a la defensa activa de los bienes comunes. Un camino que desemboca, con voz colectiva, en el reconocimiento institucional.

Del reconocimiento al inventario: una herramienta interinstitucional
El reconocimiento del patrimonio natural en Bogotá no se limita a una definición conceptual ni a su inclusión normativa en el POT. También se traduce en acciones técnicas, intersectoriales y participativas como el Inventario de Atractivos Naturales del Distrito Capital, creado mediante la Resolución 826 de 2023 del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural —IDPC—.
En cumplimiento del artículo 86 del POT, el inventario fue construido mediante mesas de trabajo entre el IDPC, el Instituto Distrital de Turismo — IDT, la Secretaría Distrital de Ambiente — SDA, la Empresa de Acueducto de Bogotá — EAAB, el Instituto Distrital de Recreación y Deporte —IDRD y el Jardín Botánico. En este proceso se definieron criterios técnicos y sociales de identificación, respetando la autonomía y competencias de cada entidad, y reconociendo el papel de las comunidades como actoras fundamentales en la valoración territorial.
Según la resolución, los atractivos naturales son: “Eventos, lugares o elementos creados por la naturaleza, interpretados y/o modificados por los seres humanos en sus dinámicas de valoración del territorio, con características sociales y ambientales significativas que generan interés para su conservación, contemplación, recorrido, reconocimiento, disfrute y conexión.” — Resolución 826 de 2023
El inventario reconoce formalmente 55 elementos, cada uno descrito en una ficha técnica incluida en el anexo 2 de la resolución. A diferencia de una declaratoria como Bien de Interés Cultural, este instrumento no modifica el régimen jurídico ni las competencias de manejo sobre los espacios. Su alcance es otro: permitir el diseño de estrategias y acciones de protección, divulgación y apropiación basadas en un acuerdo interinstitucional y territorial.
Como explicó Martín Bermúdez, el proceso que dio origen a la resolución permitió fortalecer el diálogo entre las entidades ambientales y las comunidades que ya venían defendiendo su relación con lo natural desde sus huertas, sus cerros o sus jardines. En ese marco, el inventario se consolidó como una herramienta para el reconocimiento de esos vínculos desde una perspectiva intersectorial y territorial.
La resolución también formaliza la creación del Comité Técnico de Atractivos Naturales — COTAN, instancia encargada de mantener actualizado el inventario, promover metodologías participativas y articular la producción de conocimiento con la gestión territorial. Este comité —integrado por representantes de las seis entidades participantes— tiene la misión de revisar criterios, acoger iniciativas ciudadanas, generar indicadores y divulgar los contenidos como referentes vivos del patrimonio natural bogotano.
Más que una lista, el inventario es una plataforma abierta para visibilizar, fortalecer y proteger las relaciones afectivas, históricas y simbólicas que las comunidades establecen con la naturaleza. Al pasar del reconocimiento conceptual a una herramienta de política pública, el patrimonio natural deja de ser solo una noción emergente y se convierte en una apuesta concreta por integrar memoria, cultura y territorio en la planificación urbana de Bogotá.
Atractivos Naturales del Distrito
- Humedal La Conejera
- Humedal Córdoba
- Casa Museo Quinta de Bolívar
- Parque Nacional
- Parque Arqueológico y del Patrimonio Cultural de Usme
- Parque Mirador de los Nevados
De lugares a vínculos: apropiaciones comunitarias del patrimonio natural
El paso de identificar atractivos naturales a reconocerlos como patrimonio vivo implica más que una categorización técnica: es asumir que lo natural se resignifica en la experiencia, en la práctica social y en la memoria compartida. En Bogotá, diversos colectivos, redes barriales y procesos comunitarios han tejido formas propias de habitar, defender y resignificar cerros, humedales, huertas o senderos que ahora hacen parte del inventario.
Estas apropiaciones no siempre nacen de convocatorias y/o espacios generados por la institucionalidad. A menudo surgen de la defensa territorial, del afecto cotidiano, del cuidado silencioso. Desde el Parque Arqueológico Hacienda El Carmen hasta los caminos de Las Moyas o los recorridos del Sendero Vicachá, lo patrimonial se construye en el hacer colectivo: caminatas, rituales, mingas, siembras, fiestas.
Este enfoque relacional también cuestiona las nociones extractivas del paisaje. Frente a modelos que transforman la naturaleza en destino turístico o recurso ambiental, las comunidades plantean otra forma de valorar: la del vínculo. Como lo han expresado habitantes de Sumapaz o cuidadoras del Humedal Jaboque, su relación con el territorio no se basa en la excepcionalidad ecológica, sino en los afectos, los usos, las historias transmitidas y los saberes encarnados.
Al recoger estas prácticas, la visión de Patrimonio Natural no se limita a cartografiar lugares con valor ambiental: abre la posibilidad de reconocer las relaciones sociales que les dan sentido. Aunque su estructura técnica actual no contempla la documentación directa de vínculos comunitarios, su uso por parte del IDPC —en diálogo con organizaciones barriales y saberes locales— ha permitido inscribir el instrumento en una narrativa más amplia de memoria y apropiación territorial. Su potencial va más allá de la gestión institucional: puede convertirse en una herramienta de fortalecimiento comunitario, de pedagogía territorial, de construcción de ciudad desde abajo. Una ciudad que reconozca que su patrimonio natural no está solo en lo que se ve, sino en lo que se vive.

Como lo resume Martín Bermúdez: “Ellos ya han identificado lo que siempre habían encontrado como una limitación con las entidades distritales: encontrar un espacio de diálogo más hacia lo cultural. Eso fue un poco lo que logramos combinar, por lo mismo hemos aprendido mucho de la mano de las comunidades. Cuando estuvimos en Bosa, la gente nos comentaba que si queríamos identificar cuáles eran los sitios más importantes de naturaleza en Bosa, deberíamos estar mirando el vuelo de los pájaros y mirar como si casi estuviéramos entrevistando a las aves.”
Esa misma comunidad, además, pedía incorporar a la flora y la fauna como agentes del territorio, con voz propia en los procesos de identificación. Al escuchar estas demandas, el equipo del IDPC reconoció que el lenguaje técnico proveniente de las ciencias ambientales ya no era ajeno a las comunidades, pero muchas veces era cuestionado o rechazado por su rigidez. “La gente nos dijo que no usáramos esos términos tan complicados, que más bien habláramos de elementos vitales y de elementos vivos”, relató Bermúdez. Una apuesta por el diálogo de saberes que trasciende las taxonomías para recuperar sentidos vivos, afectivos y cotidianos del entorno natural.
Escalabilidad, utilidad pública y el reto jurídico:
¿qué sigue?
El enfoque de patrimonio natural del IDPC permite articular escalas territoriales diversas —barrial, veredal, distrital y regional— y conectar la propuesta local con agendas globales como la adaptación al cambio climático, la defensa de la biodiversidad y los derechos de la naturaleza. Desde esta perspectiva, el inventario no solo cumple una función técnica: constituye una herramienta para construir ciudad desde las memorias y vínculos comunitarios.
Como recoge el artículo publicado en la revista Astrágalo, tres aprendizajes resumen el camino recorrido:
- El uso del patrimonio natural como categoría integradora para la gestión territorial.
- Su potencial para fortalecer procesos participativos desde lo cultural.
- Su valor como experiencia replicable en otros contextos urbanos de América Latina.
Pero este camino aún está en construcción. Lo impredecible de la experiencia natural —los olores, los ruidos, las sensaciones—, como lo señaló Camilo Escallón, sigue siendo irremplazable. Por eso, lo que propone el IDPC no es un listado ni una norma: es una forma de leer el territorio desde el vínculo, y de acompañar su resignificación desde el diálogo con quienes lo habitan.

Esta apuesta ha dado lugar a un enfoque propio, desde el sector cultura, que no define el patrimonio natural desde el centro institucional, sino que lo reconoce en la periferia, en lo barrial, en lo compartido. Y que entiende que los árboles, las huertas, los cerros y las quebradas no son solo paisaje, sino también parte de la vida, de la historia y del derecho a habitar la ciudad.
Sin embargo, la experiencia acumulada deja ver también un límite estructural: la ausencia de una figura jurídica específica para el patrimonio natural. Tal como lo establece la Resolución 826 de 2023, el inventario: “no constituye una declaratoria como Bien de Interés Cultural en ninguna categoría establecida en el Decreto Distrital 555 de 2021.”
Esto implica que los elementos incluidos —aunque hayan sido validados técnica y comunitariamente— no cuentan con herramientas de protección jurídica frente a riesgos como la transformación urbana, el abandono institucional o los conflictos de uso del suelo. Desde la práctica, este vacío ha sido enfrentado mediante metodologías participativas, pedagogía territorial y activaciones culturales. Pero el reto permanece.
Superar esta limitación no significa copiar las figuras del patrimonio material, sino crear un marco normativo situado, que reconozca los principios ambientales, culturales y comunitarios que le dan origen. Un marco que no reemplace el trabajo de base, sino que lo amplifique. Porque si los cerros, las huertas, los árboles y los humedales son patrimonio —como lo han sostenido las comunidades— también deben ser protegidos como tal.