Tres semanas después de iniciar trabajos el 8 de septiembre, el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural — IDPC concluyó la limpieza y consolidación de la fachada principal de la Plaza Cultural La Santamaría. Más que “poner bonita” una superficie, el proceso devolvió al ojo ciudadano la lectura del ladrillo neomudéjar, hizo visibles los oficios y las técnicas que han marcado la arquitectura bogotana y ordenó la imagen urbana de uno de los hitos del Centro Internacional.
“La preservación y valoración de La Santamaría constituye una responsabilidad colectiva que trasciende las opiniones sobre su uso específico. Su condición de patrimonio arquitectónico y urbano la posiciona como un legado invaluable que debe ser conservado, estudiado y aprovechado en beneficio de las presentes y futuras generaciones de bogotanos”.
— Diego Parra, director del IDPC.
El Equipo de Intervención de Fachadas del IDPC removió depósitos en seco, detuvo el deterioro biológico, retiró grafitis, recuperó carpinterías metálicas y consolidó el ladrillo. Hoy vuelven a percibirse texturas, juntas, ritmos y tonalidades propias del material, lo que mejora su desempeño frente al clima y reduce la necesidad de correcciones más costosas en el futuro. La fachada, además, recupera su capacidad de contar historia: la pátina que permanece es la de los años, no la de la suciedad.
“Hay muchas memorias familiares en torno a la plaza y a lo que significó para Bogotá, política, cultural y arquitectónicamente. Creo que todos, en algún porcentaje, tenemos una conexión con la plaza o con su entorno —las Torres del Parque, el Planetario—, y poder devolver esa calidad arquitectónica neomudéjar, que es de las pocas a esa escala en la ciudad, es muy representativo”.
— Diego Martin, arquitecto en Conservación y Restauración, Programa de Intervención de Fachadas del IDPC.
¿Por qué importa La Santamaría hoy?
Porque resume una bisagra técnica e histórica. Inaugurada el 8 de febrero de 1931 como la primera plaza de Bogotá levantada en cemento armado —obra de los ingenieros Adonaí Martínez y Eduardo Lazcano—, marcó un momento clave de modernización constructiva en la ciudad. En los años cuarenta, el arquitecto español Santiago de la Mora diseñó la fachada neomudéjar que hoy reconocemos, una traducción local de referencias hispánicas, hecha con un lenguaje que Bogotá convirtió en propio.
Ese lenguaje tiene nombre y tiene barrio: el ladrillo. Material de larga duración en la capital, tejido a mano por generaciones de artesanos y protagonista de saberes que vienen de los antiguos chircales. En La Santamaría, el ladrillo expresa: su traba, su relieve y su geometría son parte de la identidad de la plaza y del paisaje urbano del sector.
“Recuperar el espacio público a través de sus fachadas permite habitar la ciudad en sus mejores facetas. Cuando esa labor se hace sobre patrimonio, cobra otros valores en la memoria colectiva: no solo hablamos de un inmueble, hablamos de la técnica, de la tradición, del material, y de uno de los bienes representativos más importantes de la arquitectura en ladrillo de Bogotá, que es la Plaza Cultural La Santamaría”.
— Mildred Tatiana Moreno Castro, del Equipo de Intervención de Fachadas del IDPC.
Caminar para leer la ciudad: la presencia del ladrillo
Una muestra concreta de esta invitación a caminar, escuchar y cuidar fue el recorrido La presencia del ladrillo en la arquitectura bogotana: La Plaza Cultural La Santamaría, raíces materiales de nuestra ciudad, realizado el viernes 12 de septiembre de 2025, en el marco del Mes del Patrimonio. La caminata inició en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, siguió por el Parque de la Independencia, pasó por las Torres del Parque y culminó en la Plaza Cultural La Santamaría. La guía estuvo a cargo de Diego Martin, arquitecto del IDPC especializado en conservación de patrimonio cultural inmueble.
“En Bogotá, la historia también se cuenta a través del ladrillo. Durante la época colonial, las limitaciones en los hornos obligaban a fabricar piezas delgadas, pero con la llegada del siglo XX y el auge de los chircales que rodeaban la ciudad, este material se consolidó como protagonista de la arquitectura capitalina. Desde entonces, se convirtió en un sello urbano presente en barrios tradicionales como La Merced, Quinta Camacho, Chapinero o Palermo, y en edificaciones emblemáticas que todavía marcan el horizonte de la ciudad”, explicó Martin.
La experiencia puso el foco en cómo se lee la materia en sitio: juntas, aparejos, pátinas y escalas que dialogan con el clima y con los usos ciudadanos. También conectó la obra reciente en La Santamaría con una tradición de oficios que hizo del ladrillo un lenguaje propio de Bogotá.
Sobre el recorrido, Sara Fajardo, una de las participantes, señaló: “Fue un recorrido educativo, en el que aprendimos de la historia del uso del ladrillo, las razones por las que es predominante en Bogotá y sobre el proceso de transición de lo artesanal a lo industrial. Como ciudadanos es importante pisar, recorrer, reconocer e interactuar con las construcciones, además de identificar los daños químicos, físicos, antrópicos y los que son producto de la degradación natural”.
El 19 de septiembre, el IDPC invitó a mirar a Bogotá como un museo a cielo abierto en el marco de BOG25 – Bienal Internacional de Arte y Ciudad. Este cierre no se agota en la bienal, pero sí continúa esa invitación: caminar para ver de cerca el oficio, escuchar lo que cuenta la materia y cuidar lo que nos identifica. La Santamaría es un punto de anclaje en un sistema de espacios culturales (Torres del Parque, Planetario, Parque de la Independencia) que le da sentido al Centro Internacional como lugar de encuentro ciudadano.
Lo que nos deja esta intervención


- Un rostro legible. Se recupera la lectura del diseño neomudéjar y del ladrillo como soporte técnico y estético.
- Mantenimiento preventivo. La consolidación y la limpieza selectiva reducen riesgos y prolongan la vida útil de la envolvente.
- Valor pedagógico. La obra visibiliza la cadena de saberes artesanales y los criterios de conservación que sustentan la arquitectura bogotana.
- Memoria compartida. Se habilita una apropiación menos polarizada del inmueble, entendiendo su valor urbano y arquitectónico más allá de debates de uso.
Con acciones como esta, el IDPC reafirma que conservar también es contar. Cada intervención abre preguntas sobre cómo vivimos, miramos y transformamos la ciudad. La Santamaría, con su ladrillo a la vista, vuelve a decirnos que la materia también narra.