Parte 1 – El viaje
Llegar al Museo de la Ciudad Autoconstruida no es solo un trayecto físico. Es una invitación a cuestionar cómo habitamos la ciudad.

Todo comienza en una estación del TransMiCable, ese sistema de transporte aéreo que sobrevuela las montañas del sur de Bogotá. El ascenso es lento y silencioso, pero algo se mueve por dentro: surgen preguntas, inquietudes… y, sin esperarlo, también algunas respuestas.
En la cabina viajan niños con la cara pegada al vidrio, abuelitos con sombrero y ruana, mujeres que sonríen en silencio, hombres que inician la mañana persiguiendo sus sueños. Una niña juega a adivinar los colores de las casas. Todos parecen distintos, pero en realidad están unidos por algo más fuerte: la acción colectiva.
Desde el cielo, las casas se ven como pinceladas: rosadas, azules, amarillas. Allá abajo, las personas caminan pequeñas entre callejones y pasajes empinados, construyendo, habitando. Muchas llegaron allí desplazadas por la violencia, expulsadas de otras tierras. Aquí, en Ciudad Bolívar, levantaron con esfuerzo su hogar, su barrio, su vida.
Y aunque el destino es la estación El Paraíso, y más allá, el Museo de la Ciudad Autoconstruida, este viaje no se trata solo de llegar. Es una invitación a mirar distinto. A escucharse. A preguntarse por lo que creemos saber de la ciudad.
Porque, en este borde que siempre se ve desde arriba, lo que hay no es carencia: es diversidad, resistencia y una riqueza cultural que exige ser reconocida.
Ya casi es hora de bajarse.
Y lo que aún no sabemos es que esta experiencia apenas comienza.
De algo sí tenemos que estar seguros: en este viaje, volvemos diferentes. Algo cambia.
Y esa es la magia de la localidad. Esa es la magia del Museo de la Ciudad Autoconstruida.

Parte 2 – El museo en el territorio
El Museo de la Ciudad Autoconstruida está ubicado directamente en el corazón del territorio que representa la localidad 19 de Bogotá.
Esta es otra cara de la ciudad que muchas veces ignoramos o fingimos que no existe. La que no aparece en los mapas turísticos ni en las rutas de paseo, porque queda lejos, porque en su mayoría fue territorio de “invasión”, porque se habla de ella con estigma y con miedo. Y no entra en la idea de ciudad bonita que nos han vendido.
Ubicado en el barrio El Mirador, donde parece que la ciudad termina… o mejor, donde la ciudad realmente comienza. Desde la cima de las montañas se revela una Bogotá imponente, pero también frágil: una ciudad que alberga y da la bienvenida a personas de todos los rincones del país.

Aquí comienza otra forma de construir historia.
Es un museo autoconstruido porque todo lo que habita en él viene de lo colectivo, de un equipo en el que los enfoques son definidos por y para la comunidad. Desde las memorias del desplazamiento hasta los murales pintados por los niños del barrio, cada rincón del Museo refleja una historia colectiva tejida con lucha, afecto y resistencia. En el MCA, la autoconstrucción no es solo arquitectura: es una forma de narrar la ciudad desde otra realidad.
Parte 3 – Contar desde adentro
El MCA nace para romper con esos estigmas, con los silencios y con los imaginarios que durante décadas han marcado al territorio desde fuera. Entre 2020 y 2021, mientras la pandemia detenía la vida urbana, en Ciudad Bolívar se tejía un proceso de escucha profunda en la Mesa Memoria: 14 encuentros comunitarios donde líderes, lideresas, colectivos barriales y artistas locales imaginaron un museo que hablara de su lucha, de la resistencia como escudo frente al cambio, y de las formas de habitar construidas por la comunidad en el Borde Sur de la ciudad.

De esos encuentros surgieron guiones curatoriales que dejaron algo muy claro: el equipo de trabajo debe ser parte del territorio. No podían ser otros los que narraran estas memorias; el Museo debía construirse con quienes ya habían tejido comunidad antes de que existiera un edificio.
Esta decisión encierra un mensaje profundo y hermoso: no se puede hablar desde afuera. La experiencia y la vivencia son los mejores tejedores de identidad. El MCA es un museo que dialoga constantemente con su territorio.
Un ejemplo de esto lo dio una de las artistas que participó en las primeras exposiciones del Museo. Cuando se le propuso crear una pieza, no dudó en responder:
— “Ok, lo asumo como un contrato, pero no lo voy a hacer sola. Lo voy a hacer con otras mujeres del territorio”.
Así nació Ecos de la Loma: mujeres en movimiento, una obra construida colectivamente durante ocho meses junto a un grupo de mujeres de la localidad. No fue solo una pieza artística, fue un proceso de conversación, tejido y reflexión compartida.

Como esa, muchas de las obras que hoy habitan las salas del MCA no fueron traídas desde afuera. El guión curatorial y cada una de las piezas fueron creadas por procesos creativos de base comunitaria y por artistas de Ciudad Bolívar.
Porque el Museo de la Ciudad Autoconstruida no es solo un edificio: es una memoria que camina. Camina por los barrios, las veredas, los cerros y los pasajes empinados del sur. Sale de sus paredes para nutrir las narrativas desde el encuentro, para escuchar de cerca, para generar diálogos reales con quienes viven y resisten en el territorio. Es un museo que se mueve con la gente, que se alimenta del andar y devuelve palabra, reflexión y comunidad.
Parte 4 – Lo que viene: el horizonte que camina el Museo
Uno de los asuntos más complejos es asumir la diversidad del territorio: una localidad inmensa, en constante transformación. Ciudad Bolívar recibe día a día nuevas personas, nuevos procesos, nuevas formas de habitar. Mientras unas comunidades se asientan, otras resisten por permanecer.
La Mesa Local Indígena, por ejemplo, reúne a más de diez pueblos originarios que hoy habitan la localidad. También están las comunidades negras, muchas provenientes del Pacífico, que han traído sus tradiciones, su música, sus memorias. El 74 % del suelo es rural: veredas, caminos de tierra, siembras, montañas. Pero también hay barrios densamente poblados y jóvenes con sueños. Hay niñas, niños, juventudes, personas mayores, sectores LGBTI, organizaciones de mujeres, apuestas feministas y procesos por la construcción de paz.
¿Cómo ser un Museo de todas y todos en medio de tantas voces, memorias y resistencias? Ese es el reto: tejer lo común sin borrar lo diverso.
La autoconstrucción no es un momento. Es un proceso constante. Por eso, el MCA se piensa a futuro como un espacio que siga generando diálogos, reflexiones y encuentros con la comunidad del borde sur de la ciudad y con otras periferias:
“Las narrativas que nacen allí no son ajenas. Son las voces del Sur Global, ese que históricamente se ha excluido y marginado. Son memorias que incomodan, que reclaman un lugar en la historia urbana. Seguir siendo parte del territorio también implica crecer: en lo físico, en lo presupuestal, en lo humano. Más salas para la gente. Más espacios para las narrativas. Un equipo más robusto que permita sostener el tejido que ya se ha empezado a hilar”, afirma Soranny Vargas, coordinadora del Museo de la Ciudad Autoconstruida.
Porque si algo ha demostrado el MCA es que la cultura no se impone desde el centro: se construye desde los bordes, con quienes han aprendido a resistir, a soñar y a narrar la ciudad desde abajo.
Este año, la apuesta continúa. Esta vez, el Museo vuelve a sus inicios: al territorio.

Por: Angie Ramírez
Comunicaciones Museo de Bogotá y Museo de la Ciudad Autoconstruida