El arte puede ser muchas cosas: expresión, denuncia, sanación. Para el colectivo Amoratorio de Creación, es también acompañamiento y resistencia. Desde hace cinco años, este grupo conformado por mujeres buscadoras y familiares de víctimas de desaparición forzada y otros crímenes de lesa humanidad, ha tejido la memoria a través del arte, generando espacios de creación colectiva en los que el dolor se transforma en legado.
El Amoratorio nació como una adaptación del concepto de «laboratorio de creación». Su nombre es una declaración: no es solo un espacio de experimentación artística, sino un lugar de afecto, de escucha y de apoyo mutuo. A través de talleres y exposiciones, el colectivo ha encontrado en lo estético una vía para tramitar el duelo y, al mismo tiempo, para hacer visible lo que las palabras muchas veces no alcanzan a nombrar.
Un colectivo en crecimiento
El Amoratorio de Creación fue fundado por un grupo de docentes y artistas en la Universidad Pedagógica de Bogotá. Su origen está ligado a la práctica educativa que estos realizaban en la Galería Santa Fe, un espacio en el que decidieron organizarse como colectivo con la intención de fortalecer la creación colectiva y su impacto social. Inicialmente, su trabajo se enfocó en poblaciones en situación de vulnerabilidad, como mujeres en ejercicio de prostitución, habitantes de calle y vendedoras informales.

Con el tiempo, el colectivo estableció lazos con el Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado y comenzó a trabajar con mujeres buscadoras y familiares de desaparecidos. Actualmente, el Amoratorio está conformado por alrededor de 20 mujeres buscadoras, familiares de víctimas de desaparición forzada y de asesinatos extrajudiciales. Algunas de ellas han estado vinculadas por años, mientras que otras se han sumado en el camino, fortaleciendo el carácter colectivo del proceso. Además, continúa contando con docentes y artistas que contribuyen en la metodología pedagógica y la creación artística.
Arte para no olvidar
Sebastián Ramírez, integrante del colectivo y licenciado en artes visuales, explica que la desaparición forzada impone una «liminalidad del sujeto»: la persona desaparecida sigue existiendo en la memoria de sus seres queridos, pero la ausencia de un cuerpo trunca los rituales de despedida y cierre. El arte, entonces, se convierte en un medio para sostener la memoria y acompañar la búsqueda.
Las piezas creadas en el Amoratorio son dispositivos de memoria. Muchas de ellas son retratos sobre vidrio, elaborados con ceniza, un material cargado de simbolismo que evoca la transitoriedad y la materialidad de la ausencia. La iluminación juega un papel clave: proyectar estas imágenes en espacios públicos genera un impacto visual y emocional que interpela a quienes las observan. Es una manera de devolverle un rostro a quienes han sido arrancados de la vida cotidiana.

Martha Ospina, hija de Hernando Ospina Rincón, desaparecido en 1982, recuerda que uno de los momentos más significativos en su proceso fue la actividad en la que escribieron cartas a sus familiares desaparecidos. «Les contamos todo lo que habíamos vivido sin ellos, lo que nos hacían falta, lo que nos hubiera gustado compartir», relata. Esas cartas fueron quemadas, y de sus cenizas surgieron piezas de vidrio en las que los rostros de los desaparecidos fueron inmortalizados en faroles y cuadros. «Ese fue el inicio del Amoratorio, y con el tiempo el espacio se abrió a más personas, a otras víctimas, a quienes también han vivido la desaparición o el asesinato de un ser querido».
Pedagogía y memoria
El Amoratorio no solo crea piezas artísticas; también tiene un fuerte componente pedagógico. «La memoria debe ir más allá de nuestros círculos», señala Ramírez. «Por eso hemos llevado nuestras exposiciones y talleres a colegios, universidades y museos, donde la gente puede acercarse a la desaparición forzada desde el arte, comprender lo que significa para las familias y reflexionar sobre el impacto que ha tenido en la historia del país». Estos espacios permiten que nuevas generaciones entiendan lo que ha ocurrido y se sumen a la construcción de memoria colectiva.
Además de la producción artística, el colectivo ha desarrollado rituales de despedida y conexión con sus seres queridos. «No podemos despedirnos de ellos, pero sí podemos crear espacios simbólicos para recordarlos», explica Ramírez. En los talleres, las participantes inmortalizan recuerdos en piezas de arte, incorporando elementos como cenizas de cartas escritas a sus familiares y flores preservadas.
Visibilizar para transformar
Durante décadas, la desaparición forzada fue un crimen invisible. No había normatividad que la reconociera, ni instituciones que apoyaran a los familiares. «Ahora, con la firma del Acuerdo de Paz, con la Comisión de la Verdad, la JEP y la Unidad de Víctimas, se ha visibilizado más», explica Ospina. Sin embargo, ha sido la memoria colectiva la que ha permitido que casos como el de su padre sean conocidos.
A través de exposiciones en colegios, universidades y organizaciones, el Amoratorio no solo dignifica a sus seres queridos, sino que también genera conciencia sobre los más de 120.000 casos documentados de desaparición forzada en Colombia. «Ni siquiera los países que vivieron dictaduras militares tienen un número tan grande», señala.
Cada sesión es un ritual: el fuego de las cartas quemadas se convierte en ceniza que se mezcla con materiales para vitral, inmortalizando los rostros de sus familiares en cuadros y faroles. «Nos conectamos con ellos, con sus memorias, con lo que escribimos. Nos negamos a olvidarlos», dice Ospina.
Nos conectamos con ellos, con sus memorias, con lo que escribimos.
Nos negamos a olvidarlos

Un punto de inflexión: la beca del IDPC

Ganar la Beca para el reconocimiento y la activación del patrimonio cultural de sectores sociales del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural – IDPC en 2024 fue un momento clave para el colectivo. «Nos permitió imaginar una propuesta más grande de la que teníamos», explica Ramírez. Con los recursos, el Amoratorio pudo fortalecer su línea pedagógica, ampliar sus espacios de exposición y garantizar la continuidad de los talleres. «El arte cuesta. La creación cuesta. Gracias a la beca, pudimos financiar materiales y llevar nuestra memoria a más lugares», añade.
«También nos permitió llegar a otros escenarios institucionales, como la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas», comenta Ramírez. «Que funcionarios y personas que trabajan en estos temas puedan acercarse al fenómeno de la desaparición desde una perspectiva sensible y artística es fundamental. No se trata solo de cifras, sino de historias, de personas, de ausencias que nos duelen y nos transforman».
Una convocatoria para hacer visible el patrimonio de los sectores sociales
El Amoratorio de Creación es un ejemplo de cómo el arte y la memoria pueden entrelazarse para dignificar la historia de las víctimas y fortalecer los lazos comunitarios. Como este, hay muchas iniciativas en Bogotá que trabajan desde distintos sectores poblacionales para visibilizar sus memorias e identidades.
Si haces parte de un colectivo que busca activar y reconocer el patrimonio cultural de sectores sociales en la ciudad, la Beca para el reconocimiento y la activación del patrimonio cultural de sectores sociales está abierta para ti. Con tres estímulos, esta convocatoria apoya proyectos que reivindiquen las memorias de comunidades LGBTI, mujeres, jóvenes, víctimas, personas mayores, sectores rurales, personas con discapacidad, niñas, niños y adolescentes.