El 7 de noviembre, Bogotá vivió una noche que desbordó los muros del museo.
Durante la VI Noche de los Museos de Bogotá y la III Noche Iberoamericana de Museos, más de ochenta espacios culturales abrieron sus puertas en distintas localidades para extender la experiencia museal a la calle, a las fachadas y a las conversaciones entre desconocidos.
La jornada, impulsada por la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural — IDPC, el Museo de Bogotá, el Museo de la Ciudad Autoconstruida, y la Mesa de Museos de Bogotá, logró lo que en apariencia parece sencillo pero no siempre ocurre: que el público vuelva a mirar la ciudad desde su patrimonio y que los museos se reconozcan en su relación con lo cotidiano.
En el Museo de Bogotá, tres escenarios —la Calle 10, la Casa de los Siete Balcones y la Casa Sámano— se convirtieron en puntos de encuentro entre el arte, la memoria y la vida urbana. Hubo música, poesía, performances, recorridos, cine y momentos de conversación espontánea. La ciudad se volvió museo y el museo, ciudad.
En medio de la programación, Tatiana Cuéllar, asistente a la jornada, lo resumió con claridad:
“Bogotá tiene unos espacios muy lindos, que necesitan este diálogo intergeneracional. Los museos son chéveres, pero también deben preguntarse cómo ser museos vivos, que la gente quiera visitar. Tener estos ejercicios en la calle es muy importante porque la gente transita estos lugares y se pregunta por qué está esa imagen ahí o recuerda algo de su casa o de los lugares que ha habitado.”
Su testimonio revela lo esencial: el museo ya no se concibe solo como una vitrina de objetos, más bien como un espacio emocional y político, capaz de activar preguntas sobre la memoria y el territorio.
Mientras el centro de la ciudad se llenaba de luces y visitantes, en el sur, el Museo de la Ciudad Autoconstruida, en Ciudad Bolívar, inauguraba una nueva exposición con presencia de colectivos locales. Allí, Emilia Vega y Vanessa Caicedo, integrantes de la colectiva Cueche, compartieron una visión que trasciende el entusiasmo de la noche para abrir un debate sobre la función del museo en la periferia:
“El museo ayuda a repensar las dinámicas de centro. Dentro de Bogotá hay un centro y una periferia, y las periferias también se sienten aisladas de ese centro. Lo importante es entender que hay saberes barriales, saberes de caminar el territorio, que también deben tener luz. No se trata de hablar de alguien o de algo, sino de hablar cerca, de, desde los territorios.”
Esa noción —hablar cerca, de— condensa una postura contemporánea sobre el papel de las instituciones culturales: no representar a las comunidades, sino dialogar con ellas, en un intercambio horizontal donde la experiencia cotidiana tiene tanto valor como el conocimiento académico.
La diversidad de públicos también trajo consigo miradas críticas. Camilo Ernesto “Casi Nadie”, músico que asistió por primera vez a la Noche de los Museos, no disimuló su escepticismo:
“Los museos me parecen una tradición súper burguesa, cárceles donde encierran el arte y la filosofía. Pero también hacen que mucha gente converja en esos espacios y generan diálogos. Tal vez el reto está en que el arte vuelva al territorio, a los lugares donde todavía existe la cultura, la historia y la tradición.”
Su reflexión, lejos de ser una oposición frontal, expone una tensión que atraviesa la práctica museal contemporánea: ¿cómo pueden las instituciones conservar y, al mismo tiempo, liberar el arte? ¿Cómo evitar que el patrimonio se vuelva un relato cerrado?
La fuerza de su crítica radica en que, sin proponérselo, pone en palabras el mismo desafío que asumen hoy los museos del Distrito: recuperar su dimensión comunitaria y abrirse a las múltiples formas en que los ciudadanos producen y resignifican cultura.
Por unas horas, Bogotá fue un gran museo abierto. Los sonidos del Caribe resonaron en la Calle 10, las proyecciones del cine independiente ocuparon la Casa Sámano y los patios del Museo de Bogotá se llenaron de improvisaciones teatrales, gaitas, poesía y fuego. Y en las montañas del Borde Sur, el Museo de la Ciudad Autoconstruida fue visitado por vecinas y vecinos de todas las edades, todas y todos se encontraron alrededor de una olla comunitaria, la música, el arte vivo y la magia circense. Casi 5.000 asistentes llenaron de vida y alegría los Museos de la ciudad y la ciudadanía.
Pero lo verdaderamente significativo ocurrió en los gestos pequeños: en quienes llegaron por curiosidad y descubrieron un lugar nuevo; en los vecinos que se asomaron desde las ventanas; en quienes, como Tatiana, se preguntaron cómo hacer del museo un espacio vivo, y en quienes, como “Casi Nadie”, desafiaron su forma y sus límites.
La VI Noche de los Museos de Bogotá y la III Noche Iberoamericana de Museos fue una declaración sobre la posibilidad de construir ciudad desde la memoria, la convivencia y el disenso. El museo es también una conversación abierta en la que caben la crítica, el asombro, la contradicción y la esperanza.
Una visitante lo dijo al final, sin saber que cerraba la noche con una definición precisa:
“Sería hermoso que el arte volviera al territorio.”
Por una noche, Bogotá pareció hacerlo.


