Instituto Distrital de Patrimonio Cultural

“El cuidado huele a pan”: memorias alimentarias del San Juan de Dios

memorias alimentarias del San Juan de Dios

“El cuidado huele a pan”: memorias alimentarias del San Juan de Dios

“El cuidado huele a pan”: memorias alimentarias del San Juan de Dios

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Hay lugares donde el cuidado se mide en medicamentos, pero hay otros, como el San Juan de Dios, donde el cuidado también huele a hierbas recién cortadas, a chocolate caliente compartido entre compañeras, a maíz sembrado en un rincón del hospital. Este complejo, fundado en 1564 y trasladado a su sede actual a mediados del siglo XIX, ha sido durante siglos un lugar para sanar cuerpos… y alimentar vidas.

Aunque es conocido por su legado médico, el San Juan también guarda en su memoria una historia menos contada: la de las prácticas alimentarias que florecieron dentro de sus muros. Desde su ubicación en una zona estratégica —con vientos del Páramo de Cruz Verde y agua del río Fucha— hasta su pasado como Molino de la Hortúa, este territorio estuvo pensado para cultivar. Se sembraron plantas, se cuidaron jardines, se observaron aves y se cocinó con el convencimiento de que el alimento podía curar no solo el cuerpo, sino también el alma.

Persona mirando un herabrio en el San Juan de Dios

Esta mirada del alimento como medicina no era casual. Recetas antiguas documentadas en textos como Recetas de espíritu para enfermos del cuerpo, o el trabajo del Departamento de Nutrición y Dietética de la Universidad Nacional de Colombia, dan cuenta de un enfoque integral de la salud. En el San Juan, se comía para curarse, para acompañarse, para resistir.

Y resistir fue, precisamente, lo que hicieron muchas familias después del cierre de servicios del hospital en 2001. Algunas de ellas —trabajadoras, enfermeras, técnicos, personal de mantenimiento— se vieron obligadas a seguir viviendo dentro del hospital, en edificios como Salud Mental, la Torre Central o el Instituto Materno Infantil. Allí, durante la temporada de habitabilidad, nacieron huertas espontáneas, gallineros y fogones compartidos. El alimento se convirtió en sustento, pero también en herramienta de organización y dignidad.

“El trabajo que se hizo cuando el hospital cerró, fue básicamente, que un grupo de compañeros nos juntamos y empezamos a ir a las Plazas de Mercado, a diferentes partes, a pedir comida regalada para fortalecer una olla comunitaria que se hacía en la entrada del hospital. Esa olla comunitaria, abastecía a todos los compañeros del hospital y a sus familias. Preparabamos la sopa y el mercadito que sobraba, el que no se cocinaba, lo empacamos en bolsitas, se le daba a cada compañero para que alimentar a sus familias, posteriormente a eso dimos la necesidad de seguir con esta labor social, y es así como llegamos a los diferentes territorios a llevar nuevamente alimento para todas las familias vulnerables de Bogotá”

Elizabeth Nieto
Enfermera  – Hospital San Juan de Dios

Una de las expresiones más conmovedoras de este cuidado alimentario fueron las acciones de las “40 de La Capilla”, un grupo de trabajadoras, en su mayoría enfermeras, que durante casi veinte años mantuvieron viva la llama del San Juan. Sin salario, sin garantías, se reunían en turnos voluntarios, se apoyaban entre ellas, compartían alimentos, recolectaban donaciones, cuidaban lo poco que quedaba. El chocolate caliente de las mañanas, el queso que traía alguna compañera, las firmas firmadas en el libro simbólico de la tarde, fueron formas concretas de sostener lo que el Estado había dejado caer. De ese esfuerzo nació, años después, la Ley 735 que declaró al Hospital San Juan de Dios como Bien de Interés Cultural Nacional.

Leo, una de las enfermeras, que por más de 15 años trabajó en el San Juan resalta la labor del grupo de enfermeras y cita: 

“Trabajé la mayor parte del tiempo en la Unidad de Urgencias del San Juan de Dios ofreciendo calidad en el servicio de todos los pacientes que venían aquí al hospital, posteriormente a eso, al cierre del hospital, que fue en el 2001. Se continuó con esta labor en diferentes partes, el mensaje sobre la realidad que por muchos años vivimos los trabajadores, del San Juan a diferentes lados de Bogotá. Este mensaje lo llevamos haciendo labor social, identificándonos como enfermeros que somos de acá del hospital para que esta memoria siga viva, para que todo este recuerdo no quede en el pasado, sino que sea una memoria viva día tras día”.

Desde el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural – IDPC, este tipo de historias permiten  entender el San Juan no solo como un espacio de memoria y patrimonio integrado para la ciudad y el país, sino como un tejido vivo, donde lo material y lo inmaterial se cruzan. En estos procesos, precisamente, la memoria del alimento sigue presente: en los jardines comunitarios, en los laboratorios barriales, en las cocinas encendidas para el diálogo.

Aceites y plantas sobre una mesa en el san juan de dios

Estas prácticas alimentarias —que van desde la siembra comunitaria hasta la preparación colectiva de los alimentos— son reconocidas como expresiones del patrimonio cultural inmaterial, pues encarnan saberes, afectos y formas de organización social que han perdurado a lo largo del tiempo. Su reconocimiento no solo es simbólico, sino que se articula directamente con estrategias de salvaguardia promovidas por el IDPC, así como con los objetivos del Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP) del Complejo Hospitalario San Juan de Dios. A través de estas acciones, se afirma la importancia de preservar y activar los saberes alimentarios como parte esencial de una memoria viva que continúa nutriendo a la comunidad.

El San Juan sigue siendo un cuidador. Ya no con batas blancas, sino con memoria compartida, con plantas que crecen y se apropian del espacio donde antes hubo abandono y con relatos que nos recuerdan que también se resiste desde el fogón.

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