Cerrar las puertas de las sedes físicas del Museo de Bogotá, debido a la contingencia ocasionada por la COVID-19, nos llevó a atender con urgencia el fundamento de nuestra función social.
A partir de lo extraordinario surgieron unas preguntas apenas naturales: ¿Qué sentido tienen los museos si no pueden recibir a sus públicos? ¿Hacia dónde deben encauzar su trabajo? ¿Qué museo de ciudad necesita Bogotá? La imposibilidad de abrir las sedes del Museo de Bogotá es una manera de volver a lo básico y de estar en sintonía con los problemas y debates de Bogotá en el presente, reconocerlos y ser un medio para comunicarlos.
Las puertas cerradas de un museo de ciudad no pueden ser la alegoría de cerrarse a la ciudad del presente. Esa fue una de las principales razones para reconocer la contingencia y abrirnos al diseño y presentación en redes sociales de nuestra primera exposición digital colaborativa: ¡No es la peste! La gripa de 1918 desde el presente. Esta experiencia nos ha permitido darle una nueva lectura a la crisis del COVID-19. Asimismo, la exposición ha creado debates con la ciudadanía sobre asuntos urgentes que han permanecido, han cobrado más fuerza en la actualidad y debemos seguir observando: la desigualdad social y las formas en las que se manifiesta, el derecho a la salud y nuestra relación con la naturaleza, entre otros.
Ser un museo de ciudad que mira el presente, significa reconocer a todas las poblaciones que habitan Bogotá y buscar los mecanismos para superar los discursos de segregación, discriminación y miedo. Reconocernos implica interpelarnos, mirarnos y dialogar con los problemas que vivimos y nos incumben. Por eso, nuestro apoyo al lugar de memoria de La Esquina Redonda del Bronx sirve para reconocer como ciudadanos a los exhabitantes de este sector de la ciudad y a quienes aún habitan las calles. Nuestra participación en la administración del Museo de la Ciudad Autoconstruida en Ciudad Bolívar apoya el objetivo de convertir a una localidad históricamente marginada en un espacio de encuentro de habitantes de los distintos territorios de la ciudad, para reconocer una localidad construida por agentes históricos.
A propósito, creemos que un museo de ciudad, como el de Bogotá, debe integrarse a los territorios que la conforman, por lo que no puede limitarse a sus sedes físicas, sino que debe ocuparse fuera de ellas y crear comunidades con potencial transformador. Es necesario contar con otras formas poco exploradas por el museo para establecer comunicación con quienes escasamente la hemos tenido o no nos conocen, y con quienes se encuentran en zonas distintas y lejanas al centro histórico de Bogotá.
El proyecto de dimensión digital y el proyecto radial del Museo de Bogotá abren la posibilidad de conformar comunidades inquietas y críticas para crear memorias sobre cómo vivimos la ciudad y poder comunicarlas, pero, sobre todo en estos momentos de distanciamiento físico, ambos proyectos nos ayudan a estar cerca de los diversos públicos y acompañarlos.
Este museo no es producto de una decisión unilateral: nuestro carácter público, de servicio a la ciudadanía, nos lleva a responder a las necesidades y problemas que laten en las calles, en nuestros hogares, en otros museos y organizaciones culturales. Buscamos visibilizar lo posible desde la solidaridad, preguntándonos qué podemos hacer por otros, qué nos manifiestan y cómo podemos ser relevantes ahora.
Esta contingencia nos ha recordado que un museo contemplativo es insuficiente ante la emergencia. Un museo activo, o mejor, activista, se pone en acción frente la ciudadanía para cuestionarse en tiempo presente y ayudar a solventar sus dificultades.