Cada 18 de abril se celebra el Día Internacional de los Monumentos y Sitios. Para muchas personas, esa fecha podría pasar desapercibida, pero en una ciudad como Bogotá, donde el espacio público condensa tensiones, historias y formas de habitar, los monumentos no son tan lejanos como parecen. Los encontramos en las esquinas, en los parques, en las plazas. Ellos han sido testigos de cambios, disputas, olvidos y resistencias. Y desde hace algunos años, también han sido objeto de cuidado por parte de quienes han decidido adoptarlos.
El programa Distrital “Adopta un Monumento” es una iniciativa del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural – IDPC que invita al sector público y privado, a organizaciones, entidades o a la ciudadanía en general, a comprometerse activamente con el cuidado de los bienes muebles y Monumentos de la ciudad.
Nació en el año 2016 con un enfoque centrado en potenciar procesos de valoración y preservación del patrimonio cultural, pero con el paso del tiempo se ha transformado de manera dinámica, convirtiéndose en una plataforma viva de apropiación, memoria, investigación y gestión colectiva del patrimonio.
Monumentos adoptados: historia, afectos y resignificación
Los monumentos nunca han sido espacios neutros, cada uno carga historias de ciudad, gestos de poder, memorias barriales o disputas por su sentido. Algunos fueron encargos estatales; otros, homenajes privados; otros, testigos involuntarios del paso del tiempo.
Lo interesante del programa Distrital Adopta un Monumento es que estos bienes muebles que en ocasiones eran distantes, cobran nueva vida a partir de los afectos, los cuidados y las historias que les otorgan quienes los adoptan. «Cada monumento es un umbral —dice Wilmar Tovar, gestor cultural del programa—. Lo cruzas y entras en otra capa de la ciudad, en otra memoria, en otras formas de estar y habitar lo común.»
Adoptar un monumento es reconocer su historia, pero también descubrir nuevas formas de explorarlo desde el presente. Así lo muestran experiencias realizadas por los adoptantes, como la elaboración de un modelo en 3D del Templete al Libertador; o el cuidado constante del Complejo escultórico La Rebeca, que actualmente cuenta con un guardián que está pendiente de su limpieza y mantenimiento. Los monumentos son, en últimas, dispositivos para contar otras historias de ciudad.
Cada monumento es un umbral. Lo cruzas y entras en otra capa de la ciudad, en otra memoria, en otras formas de estar y habitar lo común.
¿Por qué adoptar un monumento? Razones para sumarse al cuidado del patrimonio cultural
Como lo explica Wilmar Tovar: «Adoptar un monumento es reconocer que estos bienes también necesitan de nuestra mirada, de nuestro tiempo y de nuestro cuidado. No son elementos decorativos o símbolos estáticos; hacen parte de la memoria urbana, nos cuentan quiénes hemos sido y quiénes queremos ser.»
Entre las principales razones para adoptar un monumento están el aportar al cuidado colectivo de la ciudad, activar procesos pedagógicos y comunitarios, y visibilizar sus valores culturales, históricos y estéticos con el fin de fortalecer la apropiación social del patrimonio cultural ubicado en el espacio público y promover prácticas sostenibles de cuidado colectivo.
Así lo vive la Universidad Externado de Colombia, donde asumir la adopción de un monumento ha significado un compromiso con el cuidado del patrimonio desde la universidad hacia la ciudad, promoviendo el bienestar del entorno urbano y fortaleciendo el vínculo con la comunidad del centro de Bogotá.
Las adopciones pueden darse a través de siete líneas de acción: Mantenimiento, Defensa, Divulgación, Investigación y Pedagogía, como acciones de protección; y, Restauración y Conservación como acciones de intervención. Cada una de ellas reconoce que el patrimonio cultural se cuida de múltiples maneras, en las que dialogan diversas formas de participación y circulación de conocimientos. Desde la investigación histórica hasta la restauración del bien mueble; o desde el cuidado comunitario hasta las experiencias pedagógicas con niñas y niños. Estas líneas permiten habitar los monumentos desde distintas miradas y saberes. Cada adopción, en últimas, se convierte en una oportunidad para conectar pasado y presente, memoria y vida cotidiana
¿Cómo se materializa ese compromiso?
Las múltiples formas de cuidar el patrimonio cultural
En Bogotá, cada bien mueble adoptado cuenta una historia diferente. No solo por lo que representa o por su pasado, sino por las maneras en que las comunidades, organizaciones o personas que lo han adoptado lo han cargado de sentido desde sus propios saberes y afectos.
Estos gestos de cuidado colectivo a través de los procesos de adopción, van de la mano de acciones de activación social propiciadas directamente por el programa, cuyo objetivo es crear espacios de encuentro y diálogo que integren saberes empíricos, tradicionales y especializados, con el propósito de fortalecer el vínculo entre la población y los bienes muebles ubicados en el espacio público de Bogotá.
Mediante actividades multisensoriales diseñadas para establecer relaciones cercanas con la comunidad, se fomenta un espacio de intercambio en el que se escuchan los intereses y reflexiones de los ciudadanos, promoviendo una interacción dinámica que enriquece la conexión entre los bienes culturales y la ciudadanía. Así, las acciones de los adoptantes junto con las activaciones sociales impulsadas por el programa ubican a las personas en el centro de la conversación, y a los bienes muebles como puntos de encuentro ciudadano. Así ocurre, por ejemplo, con las estrategias de divulgación que han permitido hacer visible lo invisible.
Para conmemorar los 550 años del nacimiento de Nicolás Copérnico, la Embajada de Polonia desarrolló una agenda académica y cultural que incluyó la creación de una postal didáctica, un recorrido pedagógico, una exposición temporal y la donación de libros y material educativo sobre los aportes científicos del astrónomo polaco. Estas acciones, realizadas desde las líneas de pedagogía y divulgación en articulación con el Planetario de Bogotá, permitieron acercar nuevas generaciones a los relatos del patrimonio y a la historia de este monumento ubicado en el Parque de la Independencia, junto al Planetario y en diálogo con el espacio público de la ciudad.
Como lo expresa Jorge Delgado, experto en promoción económica y cultural de la Embajada de Polonia:
“Es un orgullo. Se trata de uno de los científicos polacos más conocidos y valorados en el mundo. Además, es un reflejo de los lazos de amistad que unen a nuestros países. La obra fue creada en 1974 por el artista polaco Tadeusz Łodziana y donada a Bogotá por el Gobierno polaco de la época para dar un impulso a las relaciones bilaterales entre Polonia y Colombia.”
En otros casos, la pedagogía, el mantenimiento y la defensa del patrimonio se han entrelazado para fortalecer procesos comunitarios. En el barrio San Diego, a través de acciones conjuntas entre el adoptante, los vecinos, instituciones y programas distritales, se han activado redes de cuidado alrededor del complejo escultórico La Rebeca, una escultura de mármol blanco que ha sido resignificada como emblema de la constancia y perseverancia gracias al compromiso con su preservación. Y en espacios cercanos del centro de Bogotá, se han promovido procesos de adopción y apropiación en otros bienes patrimoniales como las réplicas de las esculturas agustinianas del Parque Arqueológico de San Agustín y el monumento a George Washington, entre otros.
La pedagogía se activa también en los talleres con niñas y niños, espacios en los que el patrimonio cultural deja de ser un objeto distante y se convierte en una experiencia creativa. Las esculturas, formas y materiales se transforman en oportunidades para aprender desde el juego, la exploración y la imaginación. Estos espacios han permitido construir nuevas relaciones entre la infancia y el espacio público, activando la memoria desde lo sensorial y lo colectivo.
Esta dimensión pedagógica también ha estado presente en experiencias de adopción universitaria. Desde la Universidad de América destacan que el Jardín de los Maestros de América no solo conecta a la comunidad con la memoria y la historia, sino que promueve una reflexión crítica sobre los desafíos educativos actuales.
Como lo expresa María Alejandra Fuentes Díaz, representante de la Universidad de América:
«El Jardín de los Maestros de América invita a preguntarnos cómo reinterpretar las contribuciones de estos personajes para enfrentar los desafíos educativos, sociales y culturales que enfrentamos hoy desde las universidades colombianas. Nos lleva a pensar cómo integrar de manera ética los saberes ancestrales, comunitarios y diversos en la formación académica, fomentando un modelo educativo más inclusivo y transformador.»
La investigación, por su parte, ha abierto caminos para reinterpretar los monumentos desde el conocimiento técnico y científico. Así ocurrió con la elaboración de un modelo en 3D del Templete al Libertador, realizado por el historiador Santiago Ortiz. Este trabajo no solo permitió documentar su arquitectura, sino también entenderlo como un espacio en transformación, atravesado por pérdidas, traslados y nuevas lecturas para, a futuro, realizar recorridos pedagógicos propiciando descubrir que, detrás de una escultura conmemorativa, hay capas de historia, detalles arquitectónicos y fragmentos de ciudad que se pueden leer y resignificar.
En otras adopciones el mantenimiento se ha convertido en un gesto íntimo y familiar. Es el caso de la Urna funeraria de Gabriel Turbay, ubicada en el Cementerio Central, cuyo cuidado ha sido asumido por su sobrina, María Mercedes Turbay, en representación de la familia Turbay, las jornadas de limpieza y mantenimiento no solo preservan físicamente el mausoleo sino que reactivan una memoria personal que se entrelaza con la historia pública de la ciudad. Para muchas personas que habitan estos espacios, encontrarse con este bien mueble les permite descubrir relatos familiares y políticos que no aparecen en los libros de historia sino que habitan el espacio urbano.
La conservación, una línea de acción de intervención, ha permitido recuperar bienes muebles patrimoniales afectados por el paso del tiempo. Así ocurrió con la escultura de Eva Duarte de Perón, adoptada por la Embajada de la República de Argentina en Colombia, quienes junto con La Brigada de Atención a Monumentos – BAM realizaron acciones de mantenimiento y reintegraciones volumétricas y cromáticas con el ánimo de tener la escultura en óptimas condiciones para realizar un acto conmemorativo en el marco de la celebración de la figura de Eva Duarte de Perón y el 70° aniversario del primer voto femenino en Argentina.
Y están también las experiencias de activación social que atraviesan muchas de las adopciones. Un ejemplo es la CaminatELA, un recorrido cultural y de memoria realizado por la Asociación Colombiana de Esclerosis Lateral Amiotrófica – ACELA, en articulación con el Programa Distrital Adopta un Monumento y con el acompañamiento del Jardín Botánico de Bogotá, el programa Culturas en Común deI Idartes, el programa Contigo Turismo Seguro de MEBOG Turismo y Patrimonio, los Scouts de Colombia y el IDRD.
Tomando como punto de encuentro la escultura Homenaje Muisca del artista Ramírez Villamizar, se propició un espacio seguro que permitió el reencuentro, el fortalecimiento de redes, el disfrute de una oferta cultural y ambiental, y la exploración del patrimonio cultural en clave accesible e incluyente. Allí, pacientes y familiares afectados por la Esclerosis Lateral Amiotrófica tuvieron la oportunidad de sentirse parte de una historia común y de construir vínculos nuevos a partir de un lugar que hasta entonces era ajeno y desconocido para muchos.
En todas estas acciones, lo que está en juego no es solo el patrimonio material, sino la posibilidad de mirarnos de otra manera en el espacio público. Reconocer, proteger y compartir los monumentos de la ciudad no es solo una tarea de conservación técnica: es, sobre todo, un ejercicio de ciudadanía activa, de memoria viva y de reinvención colectiva de las memorias urbanas.
Monumentos adoptados
Relatos breves para una ciudad que cuida y resignifica su patrimonio cultural

Urna funeraria de Gabriel Turbay
Memoria familiar en el Cementerio Central
Sumando a su función funeraria, la urna de Gabriel Turbay se ha convertido en un punto de encuentro entre la memoria familiar y la historia pública. Adoptada por su familia con su sobrina María Mercedes Turbay como representante, su cuidado ha resignificado el lugar como espacio de reflexión y reconocimiento ciudadano.

Templete al Libertador
Un laboratorio de historia y tecnología
Diseñado a finales del siglo XIX e inspirado en la arquitectura clásica, el Templete al Libertador fue concebido como un homenaje a Simón Bolívar. Su historia es también la de sus traslados, transformaciones y lecturas cambiantes a lo largo del tiempo. En su proceso de adopción se han desarrollado acciones de investigación y documentación patrimonial, como la elaboración de un modelo en 3D realizado por el historiador Santiago Ortiz, que ha permitido conocer mejor su arquitectura y su lugar en la ciudad.

La Rebeca
Un emblema de la ciudad sostenido por la perseverancia
Tallada en mármol blanco en 1926, La Rebeca fue concebida como parte de las obras de mejoramiento del Parque Centenario, con una escultura y una fuente de piso rodeadas de jardines franceses. Con el tiempo y los cambios urbanísticos de la ciudad, fue reubicada en el barrio San Diego, donde enfrenta hoy retos para su conservación.
A través de acciones conjuntas entre el adoptante, vecinos, instituciones y programas distritales, se han activado redes de cuidado que fortalecen la apropiación del patrimonio y promueven el vínculo comunitario, integrando procesos de limpieza, mantenimiento y trabajo con poblaciones en riesgo y habitantes de calle.

Escultura 22 del Parque Arqueológico de San Agustín (reproducción)
El águila y la serpiente: un relato ancestral que habita la ciudad
Esta réplica escultórica, representativa de la cultura Agustiniana originaria del Huila, reproduce un motivo esencial: el águila que atrapa a la serpiente. Su presencia en el espacio público conecta el pensamiento ancestral con las calles de Bogotá y recuerda que las memorias indígenas también habitan las esquinas, los parques y los recorridos urbanos.

Escultura 28 del Parque Arqueológico de San Agustín (reproducción)
Guardianes del pasado en el paisaje contemporáneo
Esta figura felina con colmillos y un cráneo colgado al cuello recuerda los universos simbólicos de los pueblos originarios. Su presencia en el espacio público es un llamado a observar el patrimonio desde las huellas de las culturas que nos precedieron, pero también desde los desafíos de conservar, defender y resignificar lo que permanece.

George Washington
Un homenaje republicano en la ciudad moderna
Obra del escultor Luis Pinto Maldonado, esta escultura rinde tributo a una figura clave en las luchas independentistas de Estados Unidos de América. Su presencia en la plazoleta que lleva su nombre convoca la memoria de los ideales republicanos y la fuerza simbólica de las constituciones como proyecto político y cultural.

Fuente del sesquicentenario
El agua como memoria y enseñanza
Creada por Luis Alberto Acuña en 1960, esta fuente es una recreación del histórico Mono de la Pila. Es, además, un gesto pedagógico: una manera de enseñar desde el arte y el espacio público que las ciudades se fundan y se transforman alrededor del agua. Su adopción permite reactivar esos relatos de origen y de cuidado.

Niño abrazando un delfín
Juego, infancia y patrimonio urbano
Tallada en mármol blanco por la Marmolería Tito Ricci, esta escultura es conocida popularmente como “la fuente de los sapitos”. Es un testimonio de las estéticas de los parques de comienzos del siglo XX y una invitación a pensar el patrimonio también desde lo lúdico, lo afectivo y lo cotidiano.

Nicolás Copérnico
Un astrónomo en el Parque de la Independencia
Obsequiada por el gobierno polaco en 1974, esta escultura representa a Nicolás Copérnico con una esfera armilar entre las manos. Su presencia junto al Planetario de Bogotá conecta la memoria científica con los recorridos urbanos, y gracias a su adopción, ha sido activada para nuevas generaciones mediante recorridos pedagógicos y experiencias de realidad aumentada.

Jardín de los Maestros de América
Los rostros de la educación latinoamericana
Este conjunto escultórico, ubicado en la Universidad De América, reúne bustos de grandes pensadores y educadores del continente. Obra de Luis Pinto Maldonado, es un espacio de homenaje pero también de formación: un jardín donde las ideas, las luchas y los saberes siguen habitando el presente universitario.

Hermógenes Maza Loboguerrero
Un prócer casi invisible
En el barrio Egipto, este busto de bronce recuerda al general Hermógenes Maza, figura clave en las batallas de la independencia. Su historia es también la de los monumentos que han sido desplazados, deteriorados o poco conocidos. Su adopción es un esfuerzo por devolverle visibilidad, respeto y sentido a un fragmento de nuestra memoria colectiva.
Adoptar es comprometerse: acuerdos, procesos y comunidad
Cada adopción dentro del programa Distrital Adopta un Monumento se formaliza a partir de un acuerdo de voluntades firmado entre el IDPC y las personas o instituciones adoptantes. Este documento establece compromisos adquiridos en las líneas de adopción y define los tiempos, las acciones y el tipo de acompañamiento que recibirá, por parte del IDPC, quien decida ser adoptante.
Además, el programa reconoce públicamente las acciones de sus adoptantes, otorga el uso del logo oficial y promueve su visibilidad en campañas de comunicación institucional. Esta dimensión de reconocimiento también incluye incentivos simbólicos y la posibilidad de que las acciones de los adoptantes se difundan a través de medios oficiales.
Pero más allá de lo formal, lo que permanece es el vínculo con las personas y los espacios. Así lo han mostrado las experiencias tejidas con adoptantes activos como María Mercedes Turbay, Santiago Ortiz, ASOSANDIEGO, la Universidad de América, la Empresa Metro de Bogotá, el Centro de Memoria Paz y Reconciliación, la Universidad del Rosario, Arpro Arquitectos Ingenieros S.A., Grupo Energía Bogotá S.A. E.S.P. – GEB, entre otros procesos significativos de adopción y activaciones sociales que se han construido a partir del compromiso entre el sector público, el sector privado, organizaciones, entidades y la ciudadanía en general.
Lo importante es que los monumentos dejan de ser elementos aislados para integrarse a las dinámicas cotidianas de la ciudad: al aprendizaje, al juego, a la memoria, al turismo, a la protesta o a las manifestaciones culturales. Adoptar un monumento no es solo un gesto de conservación, es un ejercicio de ciudadanía activa, de apropiación del espacio público y de reinvención de las memorias urbanas.
Desde el Externado de Colombia destacan también este sentido de corresponsabilidad urbana:
“Cuidar los monumentos y el patrimonio en el espacio público de nuestra ciudad es una forma de contribuir al bienestar tanto físico, como a la dinámica de nuestro entorno urbano y nuestro vecindario”, afirma David Alejandro Díaz.
Más que un modelo de conservación, una pedagogía del cuidado urbano
Adopta un Monumento es una metodología para construir ciudadanía, ensayar nuevas formas de estar juntos en el espacio público y repensar los modos de habitarnos. Como reflexiona Wilmar Duván Tovar: «Los monumentos son un punto de encuentro entre las memorias del pasado y las preguntas del presente; son espacios que nos invitan a dialogar sobre lo que valoramos y a construir colectivamente nuevas formas de cuidado y sentido en lo público.»
En una ciudad en la que el patrimonio muchas veces parece congelado en el tiempo, Adopta un Monumento propone otra ruta colectiva: una en la que los bienes muebles y monumentos no solo se contemplan y conservan, sino que también se piensan, se activan y se sienten. Una en la que el patrimonio deja de ser un objeto para convertirse en una pregunta. Y en la que el cuidado al patrimonio cultural establece relaciones cercanas con la comunidad.Como lo resume David Alejandro Díaz, del Externado de Colombia: “Los monumentos no solo nos cuentan de dónde venimos, también nos ayudan a pensar hacia dónde queremos ir.”