Quizás fuiste paciente, vecino, enfermera o vigilante del San Juan de Dios. Quizás viviste en el pabellón de ortopedia o trabajaste en oficios varios en la Torre Quirúrgica durante 15 años o vendiste flores frente a la portería más cercana de Cundifarma. O quizás solo jugaste fútbol los fines de semana, o recorriste parte de sus jardines cuando hicieron La Feria del Millón en sus instalaciones. Sea cual fuera la razón por la cual entraste al hospital, lo único seguro es que, al hacerlo, respiraste hondo y apretaste los ojos.
Es inevitable. Ingresar por cualquiera de sus porterías es, también, entrar a uno de los complejos arquitectónicos con más historias de afecto en Bogotá. No es casualidad que todas las personas entrevistadas para este especial se refirieran a él con la palabra “corazón”: “Ay, es que a mi San Juan lo llevo en mi corazón”, “Lo que pasó en el hospital me duele aquí, en el corazón”, “el San Juan de Dios está en el corazón de la ciudad”, “todas las luchas por la salud de este país tienen su centro y su corazón en este hospital”, “las memorias mías en estas paredes no están guardadas en la cabeza sino en mi corazón”. Por eso, al respirar hondo es como si quisieran ensanchar todo eso que despierta el lugar: lo bueno y lo malo.
No todo está teñido de rosa y de recuerdos agradables. Para muchas personas, hablar del San Juan es, también, tocar aspectos que quizá quieran olvidar, pero no pueden. Luchas por la salud pública que se perdieron, vidas que no se recuperan, empoderamientos que hoy son meros recortes de periódicos o servicios médicos de los que no queda ni el rastro. Sin embargo, todas las personas, al recordar o al recorrer las instalaciones, coinciden en algo: la grandeza del San Juan tiene que volver.
Las nuevas generaciones de bogotanos seguramente lo habrán visto de reojo cuando caminan por la carrera Décima o por la calle Primera, o cuando pasan por las estaciones de San Bernardo o de Hortúa de Transmilenio. Muchos buscarán en Google esos edificios o preguntarán a sus papás por ese lote enorme, tan verde y particular. En casa, estamos seguros, alguien les contará una anécdota “sanjuanera”: “Allá nació tu abuelo”, “en urgencias atendieron a tu tía Clemencia cuando se accidentó en el carro”, “allá hizo las prácticas de medicina tu primo Camilo”, “en la torre central trabajó Ester, la vecina”, “en el San Juan me salvaron la vida cuando era niña”.
Y justamente por esas historias contenidas en los recuerdos, es que decidimos hacer este especial basado en los afectos. Quienes lo naveguen lo harán a partir de palabras que se repitieron en los testimonios o que resumen, casi en su totalidad, los sentimientos alrededor de un lugar anclado en la memoria de la ciudad desde 1564 y que fue declarado Bien de Interés Cultural de carácter nacional en 2002;, justo un año después de que cerrara las puertas por la crisis del sistema de salud en Colombia.
El conjunto de los afectos aquí expuestos es suficiente para entender lo que ha significado el complejo hospitalario para la salud pública del país, para el ámbito de formación en medicina, para las luchas sociales y de empoderamientos y como contenedor de una diversidad de patrimonios –tangibles, intangibles- que deben ser reconocidos y recuperados.
Fotos de los edificios: John Farfán, 2022.
El 07 de febrero de 1926 fue dado en funcionamiento el Conjunto Hospitalario de San Juan de Dios en el lote del antiguo Molino de La Hortúa, donde se encuentra actualmente. El mismo día, el diario El Tiempo presentó un amplio reportaje en el que se lee: “Se ha hecho mucho y se ha logrado una gran victoria, pero es preciso hacer mucho más. Hay que seguir desarrollando la asistencia pública en todos los ramos; hay que dar al Hospital San Juan de Dios todos los recursos necesarios para que él llene su misión debidamente. Hay que seguir adelante, para que la sociedad cumpla cada día mejor el más sagrado e imperioso de sus deberes”.
Han pasado casi cien años y ese texto no pierde vigencia. Este especial lo hacemos desde el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural porque creemos que es preciso hacer más por el San Juan de Dios. Esta página virtual es, pues, una invitación a reconocer los distintos valores patrimoniales del complejo, a fomentar la apropiación de estos y permitir la construcción de nuevas lecturas del San Juan de Dios: lecturas que pongan en diálogo no solo las memorias del pasado lejano, sino los anhelos presentes de que el complejo hospitalario abra nuevamente sus puertas.
Manifiesto
La importancia del Complejo Hospitalario San Juan de Dios para la sociedad colombiana trasciende el valor de su arquitectura y centralidad en la historia de la medicina y la salud en el país; hacia un conjunto de sentidos elaborados desde la experiencia de quienes vivieron, asistieron o trabajaron en el Hospital en diferentes momentos, es decir desde la ciudadanía. Así, el patrimonio como producción de la sociedad, implica algo más que la identificación y exaltación de los rasgos históricos valiosos de un lugar, práctica o de un bien; constituyendo un proceso que sucede siempre de manera integral, situado territorial y simbólicamente.
Justamente por ello, para la elaboración de este micrositio y el desarrollo de los procesos de activación social del Complejo, el IDPC ha adoptado la perspectiva de los patrimonios integrados, como gesto de conocimiento y movimiento metodológico y analítico. Esta aproximación supuso abordar el Hospital integralmente, no desconocemos la multiplicidad de capas de sentido, sus dimensiones económicas, políticas, sociales y culturales confluyentes; pero en esta ocasión la entrada son los recuerdos, las evocaciones, los afectos y los vínculos desarrollados por las personas con el centro hospitalario. Este reconocimiento de la emocionalidad es una apuesta por reordenar nuestra ruta de comprensión de los patrimonios; una invitación a acceder por el proceso de producción de sentido y de asignación de importancia que tiene lugar en la vida transcurrida de las personas y las sociedades en el HSJD en el marco de dinámicas de asistencia, educación, trabajo o lucha; e ir situando ese proceso en la materialidad de las relaciones y espacios. Dicha exploración no significa una romantización de lo acontecido en el Hospital, ni su instrumentalización; por el contrario, y dado que es evidente que lo patrimonial puede surgir en procesos de tensión y conflictividad, implica prestar atención a las contradicciones y aporías, a la diversidad de valoraciones y puntos de vista y a la complejidad de los procesos de significación.
Entonces, desde lo emotivo, que está vinculado de manera indisociable a la razón, el camino de la indagación por los patrimonios integrados del San Juan de Dios, nos lleva necesariamente a recordar, a volver al corazón como una acción. Pero más que una referencia anatómica al corazón físico, re-cordar es la acción de un tránsito por lo afectivo, por aquellos sentimientos y emociones que dotan lo vivido de sentido e importancia -en medio de su crudeza y su belleza- y así lo vuelven colectivo, significativo. Re-cordar es un acto de revitalizar el pasado en el presente para encarar juntos y con claves compartidas el futuro.
GRATITUD
Es necesario decir “gracias”. Y en el caso del Hospital San Juan de Dios, no se trata de una palabra retórica o forzada. Todos saben por qué hay que hacerlo: “Allá me sanaron”, “el médico Mantilla me salvó”, “aquí trabajé 30 años de mi vida”, “le debo todo”, “aquí nací yo”. Lo tienen presente y lo evocan. Se puede escapar cualquier otro afecto o sentimiento frente al San Juan, menos la gratitud.
Por eso, para empezar, para poder dibujar su historia y comprender el enorme papel que cumple en la vida de los bogotanos, es necesario leer y escuchar a quienes agradecen.
“Mis quince fueron en el San Juan”
Testimonio de María Luisa Correa
Vecina del San Juan de Dios
“Yo tengo una relación con el Hospital San Juan de Dios desde niña porque yo viví acá arriba, en el Nariño Sur, y venía con mis amigas al Policarpa y luego nos metíamos al Hospital y acá la pasábamos.
En esa época yo era la consentida de mis abuelos, pero a los siete años muere mi abuela y luego, ocho días antes de cumplir mis quince años, muere mi abuelo. Él tenía todo preparado para la fiesta y se fue, ¡shuuun! Así, de repente y se me acabó el mundo, me perdí y un día casi me muero.
Mire le cuento: yo iba con mi mamá por el parque de Las Cruces y, de un momento a otro, me dio una hemorragia por boca y nariz. Yo sacaba sangre y sangre y mamá no sabía qué hacer. Me llevó a la Clínica San Rafael, me atendieron y allá dijeron que era un derrame, que ya había botado mucha sangre y que no había nada qué hacer. Luego me llevaron a la Samaritana y nada… yo era bote sangre y bote sangre. Hasta que un médico, que era de La Policía, dijo que me llevara al San Juan de Dios y así fue. Me metieron a urgencias y yo llegué casi sin conocimiento. Papá me contaba que los médicos eran de acá pa’llá, de un lugar a otro, corrían y corrían, me canalizaron, me taponaron, me dieron medicamentos, me hicieron de todo para que no me fuera de este mundo. Me reanimaron y me dejaron en cuidados intensivos. Uno de los médicos le dijo a mi papá: “Tenga paciencia, yo la veo muy grave. Si su hija se salva es un milagro porque a ella le dio una trombosis”. Pero lo que realmente tenía era que me estaba muriendo por la pena moral de mi abuelo. Mi abuelo me estaba llevando con él.
Los médicos me hicieron de todo y en total fueron 16 días en cuidados intensivos. O sea que ahí pasé mis quince años.
Después de eso quedé con una anemia terrible, pero me salvaron. Yo adoro el San Juan, me mantenía acá después de eso… sí, es que el San Juan ha sido nuestro. Yo le debo la vida al San Juan”
Testimonio de Teresa Díaz
“Yo era mamá soltera y tenía que venir a trabajar al San Juan así con el niño de brazos entonces me lo terciaba acá, mire, así. Pero mucha gente me ayudaba a cuidarlo porque esto era como una familia grande y eso es lo que nunca se me olvida. ¡Ay, si le contara! Un amigo que trabajaba acá también le tocaba ser papá y mamá y traía a su hijo y a veces los poníamos en una cajita de cartón a dormir… es que mi hijo prácticamente se crió acá y todas las compañeras fueron su familia. En esa época yo pedía trabajar en la cocina porque era chévere y porque yo no quería ni podía estar en sitios contaminados por mi niño; entonces cocinaba y eso ¡hum!, tocaba cocinarles a 380 médicos de planta. Eso era un mundo de gente, pero yo feliz”.
FUERZA
La primera vez que Juan Carlos Arroyo entró al San Juan de Dios apenas era un niño que aprendía a caminar, hijo de una de las enfermeras más queridas del hospital, Berenice Sosa. Se perdía por los pasillos, jugaba entre los jardines y esperaba a que su mamá terminara el turno de trabajo mientras hacía las tareas de la escuela o se entretenía con gasas y jeringas sin agujas. Esos fueron sus primeros juguetes. Esos son sus primeros recuerdos y por eso ahora, cuando han pasado casi cuatro décadas, prefiere hablar de la “fuerza del San Juan” para hilar sus memorias.
Fotos: John Farfán, 2022 (izq.) - Cuarto Oscuro/ Mauricio Echeverry /AF Alejandra Ochoa (der.)
Lo mismo ocurre con tantos otros como Gabriel Rueda y Eduardo Pereira, ex empleados del San Juan. Todos se refieren a la inmensidad de sus edificios, la grandeza de su historia, la amplitud de sus servicios y “esa cosa impresionante que sientes cuando lo caminas”.
“Muchos artistas han hecho del hospital su centro de estudios. El San Juan de Dios es un nudo de conceptos, emociones y de hitos que marcan la historia. Es interesante porque va un urbanista y se emociona, va un antropólogo y se emociona, un artista plástico y se emociona”.
Gabriel Rueda
Entrevista por Equipo San Juan y Equipo de investigaciones IDPC
“Hay que hablar no solo del San Juan (HSJD) sino del cordón de la Primera, porque este es el lugar del país con mayor concentración de entidades de salud. Tenemos la Samaritana, el Instituto Cancerológico, el Instituto Materno Infantil (IMI), el HSJD, El Instituto Lleras Acosta, el Santa Clara, La Misericordia y el Centro Nacional de Malaria. Los hospitales están unidos, los estudiantes y trabajadores eran un grupo de defensa de las instituciones y uno entraba a todos como Pedro por su casa.
Cuando yo entré a Medicina ingresamos 100 estudiantes, nos graduamos 86 y solo los 30 mejores podían quedarse como internos en HSJD, yo no me quedé, decidí cortar con el cordón porque estar acá en términos de aprendizaje era muy hermoso, pero de interno uno quedaba relegado porque en un hospital de nivel 4 era muy difícil que a uno le soltaran algún caso.
Transitar por el HSJD es transitar por Colombia. Acá se brindaba la oportunidad de formarse a gente de todas partes de Colombia y de todos los estratos. Tanto estudiantes como profesores venían de todos los rincones del país”.
“Ese hospital parecía un hospital de guerra. Yo veía médicos llorando porque no podían salvar el paciente. Mejor dicho, la ética era increíble. Las enfermeras eran tan abnegadas que yo veía que a un enfermo hasta le lavaban los pies. A un habitante de calle lo bañaban, le lavaban los pies; bajaban al voluntariado, le subían zapatos y ropa usada, pero todo limpio, y salía para la calle operado y limpio. Había un trato muy humano y no había cajero. A uno lo atendían solamente presentando la cédula”.
Eduardo Pereira
AÑORANZA
Es paradójico este sentimiento que despierta el Complejo Hospitalario San Juan de Dios. Hay algo que hace que las personas cuando ingresan a sus instalaciones tomen una bocanada de aire y digan: “¡Ay!, qué recuerdos” o “¡qué tiempos aquellos!”. Aunque lo dicen con un deje de tristeza y frustración, en el fondo, lo reconocen, también hay felicidad porque lo vivieron.
Apenas entran por alguna de las porterías, comienzan a señalar tal o cual edificio y a rememorar escenas como si se tratara de una buena película sobre su vida. Ahí nací yo, en ese pabellón conocí a mi esposo, en ese piso viví durante muchos años, por esa reja me pasaba para robar cerezos, ahí teníamos un huerto gigante, ahí me sanaron de una enfermedad, detrás de esas paredes estaban los laboratorios para las enfermedades tropicales.
Fotos: 3D Corazones / Iván Villa /AF Natalia Monroy - John Farfán, 2022 (izq.)(der.)
“Era el bullicio de todo el país… de los estudiantes. El país y sus conflictos estaba en el San Juan de Dios. Recorrer el San Juan es recorrer a Colombia. Esa es una nostalgia grande que tengo. Recuerdo los profes, eran los grandes maestros y maestras nuestros, y eran de diferentes partes del país”.
Gabriel Rueda
“Ese hospital nunca será lo que fue. Había un especialista hasta para la uña del pie. No tengo las palabras para decirle lo que eso era”.
Teresa Díaz
También, quienes conocen la historia del San Juan, suelen hablar del hospital como una institución pionera en varios sentidos: en él se desarrolló el concepto de las vacunas sintéticas, allí construyeron el primer pabellón de cirugía plástica de Bogotá y el primer programa de mamá-canguro del país.
Hasta la arquitectura es motivo de orgullo y añoranza: la manera como fueron trazados los caminos entre los edificios, la forma como baja el viento de los cerros y entra por los ventanales de las habitaciones, la altura de los techos, las columnas y hasta los jardines:
“La arquitectura hospitalaria hoy en día es más sobre el “diseño de la experiencia”. Los hospitales hoy son eficientes. Estos (como el San Juan) eran más tipo “dónde se pone a la gente para que se mejore”.
Juan Carlos Arroyo
Quizá todos estos testimonios sobre la grandeza del San Juan, sobre lo que significó para la salud pública del país y la vida de tantos colombianos, sobre ese proyecto que quiere volver a abrir sus alas, también se puedan resumir en una frase del escritor Fernando Vallejo: “La felicidad solo existe en la nostalgia”.
CONFUSIÓN
Los titulares de prensa de finales del siglo pasado y comienzo de este dan cuenta de lo que ha ocurrido con el San Juan de Dios. De una historia, a lo mejor, confusa. El hospital es espejo del sistema de salud en Colombia y de la realidad social de Bogotá, de las luchas por los derechos, las grandes y pequeñas victorias, los fracasos, los momentos de esperanza, los desalojos, las protestas, los paros, el deterioro, los éxitos científicos, el prestigio y reconocimiento y el recuerdo de su abandono.
No es sencillo elegir un sentimiento que resuma al hospital; y tampoco sería responsable con la memoria de quienes han pasado por sus edificios o quienes de una u otra forma han tenido que ver con su cuidado. Dejamos este recuento de cómo los medios han registrado parte de esa historia que, en suma, también es la memoria de la ciudad.
Foto de portada: Equipo San Juan IDPC
ABANDONO
Ante la imposibilidad, a veces, de decir lo que se siente frente al San Juan desde que cerró sus puertas en 2001, el arte también ha servido para expresarlo todo. Documentales, pinturas, fotografías, instalaciones y esculturas han sido testimonio de su historia, la vida de sus protagonistas y las luchas por la salud pública (también ha sido sede de la Feria del Millón).
Fotos: John Farfán, 2022
“En estado de coma” es un proyecto documental y fotográfico (2004-2007) de la artista, María Elvira Escallón que retrata fielmente las condiciones de las instalaciones del hospital. Son, si se quiere, imágenes del desamparo de la salud en Colombia y retratos tristes de la caída de un emporio hospitalario. Hay moho, oscuridad, abandono y belleza.
En estado de coma. María Elvira Escallón (página 17).
En una de esas fotografías, se muestra una sala del San Juan que parece una puesta en escena cuya écfrasis resume el auge y la caída del hospital. En ella se observa la cama de cirugía, negra y angosta desde la que pende lo que parece ser el historial de un paciente que no existe. La cama está sostenida sobre una base cilíndrica, la pared del fondo es de baldosas color azul grisáceo y, al lado, un ventanal anchuroso con una cortina blanca recogida a la mitad. Del techo cae una lámpara estilo 2001: Odisea en el espacio y, al lado, una similar, pero de piso con cuatro rodachines. Todo está impecable y desolado. No hay médicos ni enfermeras. Hasta las pequeñas mesas de las instrumentadoras quirúrgicas están limpias y organizadas una tras otra, casi como si estuvieran preparadas para la siguiente cirugía. Parece una obra de arte. El hospital entero, dirán los expertos, es arte que refleja, al mismo tiempo, memoria, olvido y frustración.
En una de las entrevistas para este especial web, una de las entrevistadas que trabajó como enfermera en el San Juan de Dios dijo que el primer sentimiento que se le despierta cada vez que piensa en el hospital es el de abandono y que, acto seguido, piensa en la ingratitud. “¿De quién? -ella misma se pregunta- de los bogotanos que permitieron que esto sucediera”.
CUIDADO
Es curioso, o tal vez no, pero la mayoría de las personas que han tenido -o tienen- algún tipo de relación con el Complejo Hospitalario San Juan de Dios se refieren a él como si se tratara de una persona. Como si fuera alguien que los cuidó con esmero, alguien que se preocupó por su salud, que los consintió cuando más lo necesitaban, que mantenía las puertas abiertas de su casa, alguien que tuvo problemas, enfrentó varias crisis y trabajó para solucionarlas.
Fotos: Equipo de investigación del IDPC, 2022
En varios ejercicios epistolares que se han hecho en los últimos meses con vecinos, estudiantes y extrabajadores del San Juan, además de la gratitud manifiesta y admiración por su grandeza, también se refieren a él como alguien que necesita del cuidado de los demás para que, por fin, dicen todos, vuelva a ser lo que era.
Ninguna frase o palabra escrita en esas cartas son producto de la casualidad o la improvisación. Tienen que ver con la huella que dejó el Complejo en la ciudadanía y los pacientes que venían desde muchos lugares de Colombia a tratar lo incurable. Una huella con marcas de admiración, respeto y deseos porque siga cuidando a los bogotanos.
Para ampliar, haga clic en la imagen.
“Yo pienso en el hospital y pienso en un lugar con una potencia relacionada a una conciencia de lo que somos (…) Porque el San Juan es muy simbólico por las transformaciones alrededor del cuidado humano y de la salud”.
Juan Carlos Arroyo
“El San Juan a nadie excluía. Por ejemplo, a un militar se le atendía; y luego iba para el Hospital Militar y otros (pacientes) para la Clínica de El Bosque o la Clínica Santa Fe, pero lo inicial (el cuidado) … todo se lo hacían acá. Era atendido al igual que un habitante de calle o a las personas heridas en un robo (…) así como a las víctimas también a los victimarios”.
Margarita Castro
VITALIDAD
Hacen los relatos como si el tiempo no hubiera pasado y las paredes no estuvieran tarjadas, o como si las ventanas del San Juan no estuvieran rotas y sus marcos oxidados. Para las personas entrevistadas, el hospital sigue vivo y debe permanecer vivo: ser pulmón y manos que curan.
En el pasado, la vitalidad se sentía a leguas porque era un lugar de puertas abiertas que sanaba sin distinción de clases. No había que ser un privilegiado de la sociedad para ser atendido. Hoy, la vitalidad está en la necesidad de que por sus salas y pasillos vuelvan a circular pacientes, médicos, estudiantes y visitantes las 24 horas del día.
Fotos: John Farfán, 2022 (izq.) - Cuarto Oscuro/ Mauricio Echeverry /AF Alejandra Ochoa (der.)
“Yo pasaba por el San Juan y pensaba: yo quiero trabajar ahí”
Teresa Díaz
Foto: Mauricio Builes, 2022.
“En mi época, era un hospital con más de mil pacientes diarios y más de seiscientos hospitalizados… eran 4 pisos, con muchos pabellones… ahora le hago la cuenta. Eso era una cosa impresionante. Catorce salas de cirugías, con una unidad de cuidados intensivos única en Bogotá”.
Todo un país en un hospital
Margarita Castro
Enfermera del San Juan de Dios
Foto: Mauricio Builes, 2022.
“El Edificio Central fue el epicentro de muchas investigaciones, pero también de muchos encuentros de Colombia. Estamos diciendo que aquí se encontraba toda Colombia (…) El hospital recibió a todo el país”.
“Por ejemplo, un sábado llegué a recibir turno, y en la primera cama, pero lado derecho, encontré la cama 646. Llega un chico y La Policía nos dice: “Él fue el que llevaba la bomba allá en la Plaza de Bolívar. Y yo lo veo y le digo: “Armando, ¿usted qué hace acá?”. Y él todavía como inconsciente. Y yo le digo: “Armando, habla Margarita, la esposa del maestro Manzita”.
Él era un compañero de la Sinfónica y cuando salieron del ensayo el uno iba con el clarinete, el otro con la trompeta y cuando iban pasando al frente del atrio de La Catedral, pisaron los baldosines que estaban sueltos -porque debajo habían puesto una bomba. Pisaron y… él fue el que más sufrió el impacto. Cuando La Policía lo recogió, vio el estuche que sonaba (del instrumento) y se lo iban a llevar para La Fiscalía (…) Pero ese mismo día, en la cama 613 y 614, una diagonal a la otra, estaban unos chicos que habían traído del Caquetá. Uno era de los campesinos y el otro era de los de las botas de plástico. Y uno de ellos estaba metido en ese tema y todos vigilados por policías (…) Así era un día normal en el San Juan. Por eso le digo que era todo el país en un hospital”.