“Quería entender a los otros, a partir del hecho de estar con ellos”. Entrevista a Lorenzo Morales noviembre 26, 2020 – Publicado en: Adentro. formas de vida en bogotá, Museo de Bogotá, Protagonistas – Etiquetas: , ,

Conversación con el periodista, investigador y profesor asociado del Centro de Estudios en Periodismo (CEPER) de la Universidad de los Andes sobre las crónicas que inspiraron 'Adentro' la nueva exposición temporal del Museo de Bogotá.

Vista desde la calle durante la temporada de invierno, una lámpara encendida en cualquier casa de Nueva York despertaba la curiosidad de Lorenzo Morales por saber quién vivía en ese lugar, por qué lo habitaba, de dónde venía y cuál era su vida. 

Ahí, dice él, “surgió el germen de atravesar ventanas y entrar a las casas” para hacer esas preguntas, aunque encontró respuestas lejos de la ciudad donde trabajó como reportero político en el diario La Prensa y en la National Public Radio. Bogotá le ofreció a Lorenzo Morales, de 2016 a 2020, treinta hogares que le abrieron las puertas en diferentes localidades de la ciudad, ocupados por personas que no saben qué es una temporada de nieve, pero buscan resguardarse del frío todos los días, y algunas que atesoran el recuerdo de la brisa marina, entre muchas otras. 

Las crónicas que surgieron del recorrido de Morales, en el cual lo acompañaron Juanita Escobar, Nadège Mazars, Miguel Winograd y Mateo Pérez (su equipo de fotógrafos), inspiraron la exposición Adentro. Formas de vida en Bogotá, que el Museo de Bogotá tendrá abierta al público del 22 de noviembre de 2020 a junio de 2021, y que la Universidad de los Andes y el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural – IDPC presentarán en un libro que lleva el mismo nombre de la exposición.
Aunque no entramos a su casa, dialogamos con Lorenzo Morales sobre el género de la crónica, la empatía y acerca de lo que se privilegia y se margina al narrar Bogotá.

Museo de Bogotá: ¿Por qué fijarse en unas casas para contar las historias de quienes las habitan?
Lorenzo Morales: Nuestras casas dicen mucho de nosotros. En ellas están encerradas nuestras vidas. Incluso lo que vamos dejando atrás, a veces queda guardado en la casa: un mueble, un libro, un cuadro, una mesa o una silla que tiene una historia. Y aunque esa ya no sea nuestra vida, la seguimos atesorando. Eso era lo que quería mirar y entender. Además, siempre he tenido ese espíritu fisgón que me deja la inquietud sobre cómo viven las personas.

MdB. ¿De qué le sirvió ese espíritu fisgón para este proyecto?
L.M. Fisgoneo con el ánimo de conocer a los demás, no como el simple “chismógrafo” o el voyerista que se quiere asomar por una rendija, sino pasar un tiempo con las personas y conocerlas, por supuesto de manera fugaz. Lo que traté con estas visitas siempre fue entender cómo la gente se relaciona con el espacio en el que vive. Creo que algunas historias están más enfocadas en las personas y fue más difícil relacionarlas del todo con sus espacios, pero hay otras que tienen como eje la casa misma. En todas las historias, la inquietud fue la de siempre: de qué manera el lugar en el que vivimos dice algo de nosotros, pero también cómo nosotros convertimos ese lugar en lo que es.

MdB. ¿Y por qué recurrir a la crónica para contar esas historias?
L.M. La crónica me permitió generar esa sensación doméstica de sentirse en casa. Además, era el género que más flexibilidad me daba para contar historias pues nunca sabía yo del todo con qué me iba a encontrar. A las familias que entrevisté no las conocía, entonces siempre había una dosis de incertidumbre y la crónica permite escoger estilos: en algunas de las historias que escribí soy el narrador, en otras dejo que los personajes narren, algunas son más poéticas y otras crónicas son más secas y directas, en un lenguaje más periodístico. Tal vez mi propia fatiga salvó a lector de tener treinta crónicas que fueran iguales, aunque las historias fueran diferentes. Eso significa que hay una cierta variedad en el tono y en el estilo, porque yo también me cansaba de hacer lo mismo en cada casa. Además, hay que tener en cuenta que en este proyecto tardé cuatro años y en ese tiempo un autor cambia y la huella de eso queda en el resultado final.

MdB. ¿Cuál es la ventaja de trabajar el periodismo con la calma que usted tuvo para la creación de estas crónicas?
L.M. Yo he trabajado también en lugares con un ritmo más acelerado y debo decir que, aunque se sufre, hay una cierta gratificación del día a día. En Nueva York trabajaba en un diario que tenía un ritmo bastante intenso, por ejemplo. Pero cuando uno busca hacer algo más que simplemente dar una noticia y quiere contar de forma más profunda la historia de alguien, se necesita un ritmo diferente. Los periodistas podemos ser un poco atropellados con nuestros personajes o con nuestras fuentes y creo que eso hubiera sido contraproducente para este proyecto. Yo quería entender a los otros, a partir del hecho de estar con ellos y dedicarles tiempo. Esa es una de las claves de la crónica: estar ahí y pasar tiempo.

MdB. En esos cuatro años que dedicó a su trabajo, ¿qué puede decir del pasado reciente de Bogotá y de su presente?
L.M. Si se trata de cambios, los vi, pero no tanto porque la ciudad se transformara, sino porque hicimos un esfuerzo de ir a los barrios y localidades fuera de nuestros recorridos habituales. Puede que sea la de otros, pero de nuestra Bogotá [la de los fotógrafos y Lorenzo Morales] no lo eran. Fue un descubrimiento de una nueva ciudad.

MdB. Por cierto, cuando se narra Bogotá, ¿cree que hay sectores que se privilegien sobre otros? ¿Hay lugares de Bogotá que estén marginados de ser narrados, inclusive con sus habitantes?
L.M. Son preguntas que me inquietan como periodista, porque en general creo que la producción de información tiene unos polos muy marcados de dónde se origina esa información: en Colombia surge de las grandes ciudades y hay unos territorios inmensos donde no hay medios de comunicación, como diarios o emisoras, con los que podamos conocer las historias de esos lugares. De hecho, a escala de ciudad se repite lo mismo que en el país: hay zonas que tienen mayor cubrimiento que otras. Tal vez depende de la ubicación de las sedes de los periódicos o las emisoras y de los recorridos mismos de los reporteros. Inevitablemente, en una ciudad de más de 8’000.000 de habitantes, no podemos estar en todas partes y hay una tendencia a cubrir más unas áreas y dejar por fuera otras. Un caso evidente en las crónicas es Sumapaz, se nos olvida que es parte de la ciudad por su condición rural y no hay nadie que le cuente al resto de la ciudad lo que pasa en la localidad. Es una ciudad olvidada y perdida para las grandes narrativas de Bogotá. Lo mismo pasa con las élites: el periodismo cuenta muy poco el privilegio. Yo busqué hacerlo en las crónicas.

MdB. ¿Qué similitud puede encontrar usted entre un libro y un museo?
L.M. En que ambos son un recorrido. El museo plantea una experiencia con todo el cuerpo: entras a una sala, luego a otra, caminas por el museo, te detienes a mirar. El libro uno puede recorrerlo sentado. En este caso, pensé la publicación como un recorrido que llevara al lector a las casas más pequeñas y luego a las más grandes, en parte porque me parecía interesante que se rompiera el prejuicio de la casa pequeña habitada por el más pobre y la más grande ocupada por el más rico. Hay algo de eso, pero en las crónicas uno encuentra que hay personas no tan ricas que tienen el privilegio de vivir en espacios muy amplios y viceversa: gente que puede vivir en casas mucho más grandes, pero no lo hacen. Uno de los personajes que entrevisté dijo que no vivía en un espacio más amplio “para no meter mugre”.

MdB. A propósito de los personajes que entrevistó: Susana Sánchez le preguntó durante la conversación que tuvo con ella y con su hija, Susén, si la entrevista se iba a convertir en algo “real” y eso a usted lo confrontó. ¿La exposición puede significar una dosis de “realidad”?
L.M. Para mí ese suceso fue una parte importante de todo el proceso del libro, en parte por la franqueza con la que Susana nos lo dijo. Además, lo hizo con fastidio y me pareció una sensación válida que yo le respondí y también a los lectores. Cuando uno cuenta historias siente que está haciendo algo importante y en este caso, como digo en la introducción del libro, es dejar una instantánea de la ciudad. No pretende ser la gran historia de Bogotá, ni el gran relato, pero es eso, una instantánea. Y yo creo (esto puede sonar a frase de cajón) que las historias pueden cambiar al mundo, a las ciudades y a las personas. El simple hecho de verse reflejados, bien sea por similitud o por diferencia con otros, puede aportar una dosis de verdad a lo que somos y a lo que es esta ciudad.

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